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Alejandro Zambra y un país a punto de estallar

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 15.02.2023
Alejandro Zambra y un país a punto de estallar Santiago Centro | Santiago Centro / Paula Navarro
El espacio discurre sobre todo en Santiago. El bandejón central de la Alameda, Paseo Bulnes, plaza de Maipú, plaza Ñuñoa, Paseo Ahumada, la Fuente Alemana, la Biblioteca Nacional, la biblioteca de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

Alejandro Zambra terminó de escribir Poeta chileno en Ciudad de México, el 21 de febrero de 2019, ocho meses antes del estallido de Chile. La novela transcurre entre 1991 y 2014, más o menos, el año de los cien años de Nicanor Parra.

El espacio discurre sobre todo en Santiago. El bandejón central de la Alameda, Paseo Bulnes, plaza de Maipú, plaza Ñuñoa, Paseo Ahumada, la Fuente Alemana, la Biblioteca Nacional, la biblioteca de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

Zambra muestra el Chile de la postdictadura, un país a medio filo, a medias, a medio morir saltando, visto desde la clase media. La pareja principal: Carla, de la clase media ‘tradicional’ de La Reina, egresada de un colegio de monjas en Ñuñoa, y Gonzalo, de la clase media ‘baja’ de Maipú, egresado de un colegio fiscal de hombres en Santiago Centro, “uno de los supuestamente mejores colegios de Chile”.

La ‘transición’ ha comenzado y los quinceañeros intentan “descifrar toda clase de miedos, frustraciones, traumas y perplejidades”. Un poeta anónimo que sólo publica en fotocopias hace una declaración contundente: “Ya no se puede escribir poesía en este país de mierda. […]. Este país se fue a la mierda hace rato. Al carajo. Se acabó. […]. Estamos todos hasta las masas, endeudados e infelices, condenados a trabajar quinientas horas semanales. Deprimidos, saltones, enojados. Medio muertos».

Gonzalo y Carla son una pareja inestable. En una de las vueltas de la vida, ella ha tenido un hijo, Vicente, con León, un abogado dedicado a hacer dinero. Gonzalo se refiere a él de forma especialmente despiadada. Carla usa también un lenguaje lapidario. Cuando sabe que Gonzalo se ha ganado una beca del gobierno para financiarle un doctorado en Nueva York, le dice: “Ándate al tiro, a Nueva York, o a la concha de tu madre”.

El lenguaje del amor y del respeto ha desaparecido: “Carla odiaba a León, pero era un odio abstracto, porque se odiaba mucho más a sí misma”. Gonzalo hablaba “una lengua que hacía daño, una lengua oscura y deletérea”.

León desvaría contra los políticos jóvenes: “Esos cabros de mierda no saben nada […] ¡No le han trabajado un peso a nadie!”. Opina sobre la promesa de Bachelet de una nueva constitución: “¡La nueva constitución! Ni cagando la van a dejar a la vieja.” Vicente reconocerá que “León y Gonzalo son lo mismo, que no sirven para nada, que fueron incapaces de trascender el estrecho circuito de sus intereses; de entregar verdadero amor, verdadera compañía.”

¿Y los poetas chilenos? Gonzalo quiere serlo, pero no da el ancho. Publica un libro titulado Parque del Recuerdo, un cementerio demasiado caro. Nadie lo compra. Confiesa su cercanía con una poeta estadounidense del siglo XIX, Emily Dickinson. Visita su tumba en Nueva York.

Carla comenta de ella: “Se nota que Emily estaba más triste que la chucha”. Los poetas chilenos, en su mayoría, escriben sobre el fracaso. El poeta Sergio Parra increpa a los poetas chilenos:

“-Lo que hacen ustedes es puro karakoe. Ustedes son la generación del karakoe. -¡Karaoke, ahueonao! -corrigen varios, al unísono […].

-Karaoke, karakoe, la misma estupidez. Eso son ustedes, el karaoke de la poesía, no tienen una sola idea en la cabeza”. El único poeta que queda bien parado es Nicanor Parra. A sus noventa y nueve años.

“Dice que llegó a los noventa y nueve gracias a su adicción a la vitamina C, pero sobre todo porque su mamá lo amamantó hasta los diez años”.

Enfrenta al doctor Rocotto, experto en nuevas tendencias de la poesía chilena. El académico ha dicho que la antipoesía está completamente superada. Parra lo desarma sin argumentos literarios. Lo enfrenta en su casa de Las Cruces: “Profesor Rocotto, yo quería pedirle un favor. […]. Acá a dos cuadras venden un arrollado que es el mejor de toda la zona. Vaya a comprarme uno. Y si camina unas cuadras más hay un supermercado bien chico donde venden buenos tomates. Me gustan pintoncitos”.

Alejandro Zambra ha logrado mostrar magistralmente un país bastante extraviado. Ausente de real cariño, de amor, de respeto. La familia, la familiaridad está por los suelos. La falta de afecto profundo entre los seres humanos. Santiago es triste. Lejos del mar. Al llegar de Valparaíso a la capital la reportera estadounidense que anda entrevistando poetas se pone a pensar.

“Cuando baja del bus, la ciudad se le hace más triste, le parece un contrasentido que tanta gente viva en Santiago: es como si quisieran esconderse del mar”. Se han juntado todos los años de la dictadura y la postdictadura. Se vinieron los años encima. Demasiada deshumanización.

El poeta anónimo de las fotocopias responde ante la pregunta sobre qué necesita el pueblo en Chile: “No sé. Yoga, kickboxing, poesía, revolución. Educación verdadera, alegría verdadera, jardines, pedicure, ceviche. Gimnasia rítmica, esgrima. Mucha palta, quinoa, cochayuyo. Piedras filosas, superpoderes, amuletos. Y unas buenas zapatillas. Y sobre todo sexo, todos los días, cada ocho horas, religiosamente, como los antibióticos. Pero sexo de una calidad altísima, superlativa, cósmica. Y buena música”. El estallido de Chile está por venir.

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.