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Opinión

Identidad chilena, un discurso en construcción

Por: Gloria Favi Cortés | Publicado: 24.08.2023
Identidad chilena, un discurso en construcción Cuadro de Jorge Etcheverry | Cedida
¿Qué ocurría con el pueblo de Chile, aquél que raras veces llegaba a adquirir el alfabeto? A través de todo el siglo XIX, el Estado y las élites -con ocasión de guerras y crisis- elaboraron las primeras versiones discursivas de la Identidad Nacional para integrar a amplios sectores populares en un sentido de comunidad patriótica imaginada, que debía ser defendida frente a los enemigos externos, así se generaron los primeros artificios simbólicos para afianzar los sentimientos de patria y chilenidad; el escudo (1834), el himno patrio (1847) y el uso de la bandera (1854).

¿Existe la identidad chilena?, no hay investigaciones sistemáticas que den cuenta de la génesis de la identidad nacional, pero encontramos fuentes y antecedentes que nos permiten bosquejar una imagen alternativa, que se encontraría en los discursos no prestigiados de poetas, literatos y cantores populares, quienes han diferido de la identidad institucional construida por los organismos culturales legitimadores durante los siglos XIX, XX y XXI.

Entre los historiadores nacionales y ensayistas que han indagado sobre mitos y auto-imágenes que construyen y (des)construyen la imagen de Chile en la primera mitad del siglo XX, citamos a Nicolás Palacios (1904), Tancredo Pinochet (1909), Alejandro Venegas (1910) y Francisco Encina. De este último nos referiremos brevemente al ensayo Nuestra Inferioridad Económica (1912) porque hemos considerado el impacto y persistencia de los estereotipos sobre la inferioridad del pueblo chileno que se ha generado a través de los tiempos, especialmente el análisis sobre la psicología económica, que señala “obsesión por la fortuna rápida”, “falta de perseverancia” y “debilidad del espíritu de asociación”, entre otras consideraciones, para culpar finalmente de estos males a “factores étnicos”, “sociológicos” y “educacionales a través de su desenvolvimiento histórico”.

En tanto, en los escritos de la ficción, en contradicción con la compulsión discursiva que intensificaron esos procesos de alteración política y económica en la sociedad tradicional (1891-1920), se generó un equilibrado desarrollo discursivo entre las voces poéticas de Carlos Pezoa Véliz, Augusto D’halmar, Baldomero Lillo, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Pedro Prado y muchos otros destacados creadores de ficción.

“Bajan del primer plano y se esfuman los viejos personajes que hacían la historia y la escribían: Eran presidentes, ministros, embajadores o arzobispos; ahora ocupan su lugar las personas modestas, pequeños empleados, bohemios sin familia conocida, una maestra de escuela rural, y el hijo de un conductor de trenes, de tan humilde procedencia que algunos ignoran su verdadero nombre”. Nos confirma Alone (Hernán Díaz Arrieta) para reafirmar que es la poesía y no el discurso político, en los comienzos del siglo XX e inicios del siglo XXI, quien determina una variación en la construcción simbólica de las identidades populares.

¿Qué ocurría con el pueblo de Chile, aquél que raras veces llegaba a adquirir el alfabeto? A través de todo el siglo XIX, el Estado y las élites -con ocasión de guerras y crisis- elaboraron las primeras versiones discursivas de la Identidad Nacional para integrar a amplios sectores populares en un sentido de comunidad patriótica imaginada, que debía ser defendida frente a los enemigos externos, así se generaron los primeros artificios simbólicos para afianzar los sentimientos de patria y chilenidad; el escudo (1834), el himno patrio (1847) y el uso de la bandera (1854).

En tanto el Estado y la élite -en el siglo XIX- construyeron su propia identidad de clases marcada por el racismo, el desconocimiento de la cultura popular y la desvalorización de la identidad latinoamericana frente a la admiración por la cultura europea; situación que los autorizaba para calificarse como “los ingleses de América” y participar del más alto consumo suntuario que registra la historia de Chile.

Tal estilo de vida se oponía a la forma de vida del roto, hombre apasionado, imaginativo y andariego quién no encuentra un sitio apropiado en ningún lugar establecido, así, sabemos que la mayor parte de los cronistas de los siglos XVI y XVII, especialmente los que consignaban alabanzas para nuestros pueblos mestizos, permanecieron inéditos hasta la mitad del siglo XX, de esta forma, nada se oponía a los discursos racistas de Diego Barros Arana, Tomás Guevara o Francisco Encina al comenzar el siglo XX.

Carlos Pezoa Véliz (1879-1908) construye -en la poesía- la insignificancia histórica que se asignó a la figura del roto, su decir, implicaba un contrapunto con el discurso patriótico institucional que simulaba la identidad del bajo pueblo en Chile:

«Era un pobre diablo que siempre venía

cerca de un gran pueblo donde yo vivía

joven, rubio y flaco, sucio y mal vestido

siempre cabizbajo…¡Tal vez un perdido!»

Nadie dijo nada sobre los vagos y forasteros que en los finales del siglo XIX e inicios del siglo XX debían realizar caminatas de sobrevivencia por todos los caminos de Chile y cuya “aspiración al orden” -impuesto desde la era de Diego Portales (1820)- estaba bloqueado por edictos y normas sociales excluyentes.

Breve descripción de Chile es el nombre de la conferencia que Gabriela Mistral dictó en Málaga en 1934, allí nos califica comparativamente, “Brasil, o el cuerno de la abundancia; Argentina, o la convivencia universal; Chile, o la voluntad de ser”.

Y es la voluntad de ser, la admiración que produjo nuestro pueblo chileno a Kurt Erich Suckert -escritor y diplomático italiano -quien oculto bajo el nombre de Curzio Malaparte– nos describe: “Cuando un día vuelva a Europa, a Italia, y alguien me pregunte cuál ha sido mi mejor, mi más querida y preciosa experiencia en Chile, contestaré: La dignidad del pueblo, su gentileza y su respeto hacia todos los que como ellos sufren, ya sean hombres o animales. Responderé que si todos los pueblos de Europa, aun aquellos que se creen los más cristianos y los más humanos, poseyeran la dignidad y la humanidad del pueblo chileno, su porvenir no sería tan oscuro, ni sería tan incierta la suerte de la civilización europea”, fragmento de «Porqué amo a Chile», publicado en el diario La Nación, 13 de septiembre de 1953.

Sabemos que estos rasgos heroicos atribuidos a nuestra identidad, han sido destacados especialmente por algunos cronistas coloniales de los siglos XVI y XVII, numerosos visitantes extranjeros, estudiosos chilenos como José Toribio Medina (1925) y la reescritura latente de la historia social del pueblo de Chile que actualmente realizan historiadores, poetas y cantores populares para configurar la dialéctica contra los peyorativos discursos institucionales, distribuidos en todas las épocas de nuestra historia.

Así, esta condición desgarrada que se manifiesta en el escepticismo trágico de nuestro pueblo, estaría parcialmente reflejada en los universos simbólicos que han creado narradores y poetas chilenos desde los inicios del siglo XX. Así, nos reconocemos en la resuelta búsqueda del destino y la fatalidad del roto, en el cuento Laguna (Manuel Rojas, 1944); en el sacrificio del Chilote Otey, fusilado en la pampa mientras luchaba contra las arbitrariedades de los estancieros (Francisco Coloane, 1971), la muerte del Cabeza de Cobre devorado por el Chiflón del Diablo (Baldomero Lillo, 1904).

Sin embargo, en el mundo real, la identidad es un proceso social de construcción discursiva que no correspondería a una esencia innata dada, de esta forma, no sería acertado calificar la identidad del pueblo chileno como, esencialmente; solidaria, digna, fatal, alegre y triste, porque solo en el cosmos acabado de la literatura, donde los destinos se resuelven en el tiempo del relato, y en la magia del instante, es posible fijar al ser que se inscribe en el destino secreto de los textos.

En este continuo movimiento discursivo de pertenencia y de pérdida, intentamos seleccionar ciertos rasgos distintivos, alguna raíz entre las sombras para detectar indicios sobre nuestra esquiva, movediza e incierta identidad. Así ¿es posible calificar en la identidad culinaria uno de nuestros rasgos particulares?. La respuesta es la poesía de Pablo de Roka (1965) «y ¿qué me dicen ustedes de un costillar de chancho con ajo, picantísimo, asado en asador de maqui, en junio, a las riberas del peumo, o la patagua o el boldo que resumen la atmósfera dramática del atardecer lluvioso de Quirigue (…) la chichita bien madura brama en las bodegas como una gran vaca sagrada..»

Nunca salí del horroroso Chile

Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor;

el miedo de perder con la lengua materna

Toda la realidad. Nunca salí de nada

Es el canto de amor a este sitio eriazo, remoto y presuntuoso en las palabras de Enrique Lihn, ellas configuran los fragmentos circulares de voces que se agolpan ansiosas para emerger y calificar este presente impreciso.

La Bandera de Chile

“Nadie ha dicho una palabra sobre la Bandera de Chile

en el porte en la tela

en todo su desierto cuadrilongo

no la han nombrado

La Bandera de Chile

Ausente

En otros tiempos

Representa la Bandera de Chile

Un 15% allí donde brilla la estrella para el 10%

Representa

De blancos un 20% de muy pálidos

Representa la Bandera de Chile en rojos la Bandera de Chile

Nunca el 100% nunca

La Bandera de Chile no se vende

le corten la luz la dejen sin agua

le machuquen los costados a patadas”

En el poema escrito en 1981, poco después que Elvira Hernández -su autora- fuera detenida por la policía política de Augusto Pinochet, se exhibe la versatilidad de la Bandera de Chile -artificio simbólico del poder- discurso que configura nuestro cuerpo herido, los fragmentos de nuestra historia, nuestras voces acalladas y el símbolo múltiple de todo lo que queremos ser, creer e imaginar.

Gloria Favi Cortés
Doctora en Literatura Hispanoamericana. Académica de la Universidad de Santiago (USACH).