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Opinión

Rabia y resistencia

Por: Paulina Morales Aguilera | Publicado: 30.08.2023
Rabia y resistencia Imagen referencial – Detenidos Desaparecidos | Agencia Uno
No puede haber perdón, paz ni olvido para quienes saben dónde están y aún guardan silencio. Probablemente no haya crimen de lesa humanidad más terrible que la desaparición forzada, sobre todo cuando ésta se alarga por décadas con su carga de crueldad día tras día, año tras año.

Ocurría cada 10 de julio. Lo recuerdo desde que tengo uso de razón: inicios de los 80′, plena dictadura. El ritual era siempre el mismo. Primero una misa en la cual se le nombraba -ahora me doy cuenta- entre los muertos: Enrique Segundo Toro Romero. Después caminábamos hacia la casa de sus padres y se compartía un té con un queque. Allí estaban también sus hermanos, que cada año iban en menor cantidad, mientras a la inversa los padres sumaban años y silencios.

Fui tempranamente mudo testigo del horror de la desaparición forzada, encarnada en la cara de esos padres, los de Enrique, que cada año hablaban menos. Se fueron quedando en silencio hasta que dejaron de dirigirse la palabra, nos contó una de esas veces la hija que vivía con ellos.

Pasaron el resto de sus días sentados frente a frente sin decir nada, sin decirse nada. Al principio con la esperanza viva de verlo un día entrar por la puerta del hogar familiar. Pero con los años sus rostros mutaron hacia la desesperanza y el desamor por la vida. Entendí que solo esperaban morirse para reencontrarse con su hijo.

Pensé, y pienso aún, en lo paradojal de que la desaparición se salde con la muerte y con ella el anhelo de reencontrarse con sus seres queridos. La vida se agota y ya no cabe esperar nada más salvo la muerte.

Eso esperaron también los padres de José Alberto Salazar Aguilera, detenido desaparecido. Su madre, la incansable Julita, pareció verlo al momento de dejar esta tierra y dijo a sus otros hijos: “Ábranle la puerta, viene el Alberto. Hay que darle comida”… Su padre, asimismo, sintió la presencia de su hijo en el momento del adiós y dijo: “Ya me viene a buscar, nos vamos muy elegantes a Zapallar”… Esto me tocó escucharlo ya de adulta, investigando en derechos humanos, aguantando el llanto y la impotencia.

No puede haber perdón, paz ni olvido para quienes saben dónde están y aún guardan silencio. Probablemente no haya crimen de lesa humanidad más terrible que la desaparición forzada, sobre todo cuando ésta se alarga por décadas con su carga de crueldad día tras día, año tras año.

No puede ser que las desapariciones se salden mezquinamente con la muerte de quienes han perdido toda esperanza de encontrar en este mundo a sus hijos, esposos, hermanos, amigos.

¿Dónde está Enrique Segundo Toro Romero? ¿Dónde está José Alberto Salazar Aguilera? ¿Dónde están todos los detenidos desaparecidos que aún nos falta encontrar? Mientras no haya respuesta a estas preguntas, que nos sostenga la rabia. Que nos inunde la vida como acto de resistencia.

“Usted me busca

Y no me encuentra

Pero yo estoy aquí

Soy como usted

No he desaparecido

Yo soy reflejo vivo…”

(Illapu)

Paulina Morales Aguilera
Doctora en Filosofía. De la Cátedra Unesco de Educación en Derechos Humanos Harald Edelestam. Académica de la Universidad Diego Portales (UDP).