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Opinión

¿Cuál vivir? ¿cuál dignidad?

Por: Natassja de Mattos | Publicado: 19.10.2023
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Para el Estallido Social de octubre de 2019 se alzaron demandas en torno a estos mínimos de la dignidad de los pueblos con las consignas enunciadas desde la preposición “hasta”, dando un ultimátum a las y los tomadores de decisiones. Pero no olvidemos que el ultimátum llegó con el hartazgo, y que estas demandas vienen de mucho antes. Que en 2008 y 2011 las y los estudiantes nos levantamos por una educación gratuita y de calidad, que desde 2016 existe la coordinadora No+AFP y que es histórico el dolor popular respecto de las listas de espera, los precios y la atención en salud.

“Hasta que valga la pena vivir”, se leía en las calles, en chacones, pancartas y lienzos. “Hasta que la dignidad se haga costumbre”, se leía también, un poco más allá. La preposición de tiempo “hasta” hace referencia al futuro y mediante esta el pueblo de Chile exigió la configuración de un horizonte con una valía cuantificable en la vida digna.

Pero ¿qué es una vida digna? Desde una lectura del filósofo Giorgio Agamben, la dignidad es la que hace al “hombre” libre y ello deriva de ser persona, que no significa otra cosa que ser reconocido y dotado de derechos y una identidad jurídica. Sería algo parecido a existir en la sociedad, ser sujeto de política pública y de garantía de derechos. Por otro lado y desde una lectura de la filósofa Judith Butler, la dignidad dependería de políticas que provean de cobijo, trabajo, comida, atención médica y estatus jurídico, todo esto en contraposición de la precariedad y la vulnerabilidad. De entender así la dignidad, la igualdad sería sine qua non, pues no habría justificación para que algunos sujetos gozarán de dichas características y otros no, y si así fuere, dicha desigualdad sería arbitraria y supondría injusticia. De esto Chile sabe mucho.

Bajo dicha comprensión se hace inevitable establecer los mínimos de la dignidad, para lo que hemos definido condiciones básicas materiales, humanitarias y civilizatorias. Ejemplos son la salud, la vivienda, la educación y las pensiones. Los Estados han empaquetado todo lo anterior bajo el rótulo de seguridad y protección social, y han dispuesto allí todo lo que sostiene la vida de los pueblos, en forma de derechos y libertades fundamentales. Se trata de todo lo que debería estar garantizado y ser intocable, amparado en alguna figura entre aquello que llaman Estado Social y de Derecho, Estado de Bienestar u otro similar. De lo contrario, se reduce a la nuda vida, diría Agamben, la vida que se excluye, que no se cuida, que se abandona, esto es: la vida eliminable.

Es todo aquello con lo que jugó la Comisión Ortuzar cuando crearon los andamios para las AFP, las Isapres y la educación privada versus la municipal en la Constitución del 80. Las condiciones sociales que pavimentaron fueron las que resentimos el pueblo de Chile, las que nos llevaron al hastío y al hartazgo. Fue la desigualdad y la injusticia en el acceso y calidad de justo esos mínimos lo que nos despertó a borbotones de fuego y rabia. Bien canalizado o no, esto derivó en un encargo de la voluntad popular que consistía en la creación de una nueva constitución que hiciera alcanzable ese “hasta” expresado en la calle.

Contra todo pronóstico, la actual propuesta de nueva constitución no establece transformaciones sustantivas en materia de salud, educación y pensiones, dando, más bien, un espaldarazo a sistemas profundamente desiguales y procurando un sostén a las fórmulas de individualización que nos trajeron hasta aquí, desprovistas de garantías públicas que se hagan cargo de equiparar condiciones y situaciones.

Una nueva constitución brindaba la posibilidad de robustecer un Estado que pudiese hacerse cargo de la población que le atañe, proporcionando un sistema nacional de salud universal, estableciendo educación pública de calidad y libre acceso, creando las condiciones para un sistema propio de pensiones bajo el principio de solidaridad, entre tantas otras cosas que hoy se presentan como las grandes ausentes en la propuesta que habremos de votar el 17 de diciembre de este año.

Para el Estallido Social de octubre de 2019 se alzaron demandas en torno a estos mínimos de la dignidad de los pueblos con las consignas enunciadas desde la preposición “hasta”, dando un ultimátum a las y los tomadores de decisiones. Pero no olvidemos que el ultimátum llegó con el hartazgo, y que estas demandas vienen de mucho antes. Que en 2008 y 2011 las y los estudiantes nos levantamos por una educación gratuita y de calidad, que desde 2016 existe la coordinadora No+AFP y que es histórico el dolor popular respecto de las listas de espera, los precios y la atención en salud.

En Chile hoy la costumbre es la de rascarse con las propias uñas, la dignidad es solo para quienes pueden pagarla y los derechos son distribuidos de acuerdo con un mérito que no considera condiciones ni orígenes. Esa ha sido la fórmula del fracaso, la que marginaliza a una parte inmensa de este pueblo, la excluye y reduce a nudas vidas, a vidas invivibles y eliminables. “Hasta que valga la pena vivir”, se leía en las calles, en chacones, pancartas y lienzos. “Hasta que la dignidad se haga costumbre”, se leía también, un poco más allá. ¿Cuál vivir? ¿cuál dignidad?

Natassja de Mattos
Cientista política feminista especializada en temas de género y activista en La Rebelión del Cuerpo.