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Opinión

Ser de izquierda en el Siglo XXI

Por: Esteban Celis Vilchez | Publicado: 06.11.2023
Ser de izquierda en el Siglo XXI Imagen referencial | Agencia Uno
Nuestro Chile está dominado por las élites y el sufrimiento lo padecen millones y millones de chilenos, aunque todos nos quieran convencer de lo contrario. Una izquierda inteligente, comprometida con valores democráticos y con los derechos humanos, capaz de gestionar con eficiencia, es hoy una urgencia como siempre lo ha sido cuando se trata de mitigar las tristezas, de combatir sin descanso lo que Antonio Madrid denomina el “sufrimiento humano evitable” en su libro La política y la justicia del sufrimiento.

En el último tiempo se ha puesto de moda señalar que la disyuntiva entre izquierda y derecha ha dejado de tener sentido. Muchas personas consideran que se trata de una distinción obsoleta, carente de significación. Nunca he podido entender esa caricatura; tal vez por lo mismo, me resultan tan misteriosos partidos como el PDG.

Ud. podría preguntarle a una persona acerca de cuán fuerte o pequeño le parece que debería ser el Estado en materia económica; o sobre la forma en que entiende que podría equilibrarse la libertad y la igualdad en la vida social; o sobre si, en su opinión, existen ciertas prestaciones, bienes o servicios que deberán estar fuera del mercado y ser provistos por el Estado –o, tal vez, por la colectividad bajo alguna organización especial–; o sobre si los privados deberían también hacerse cargo de bienes y servicios que tienen que ver con derechos fundamentales, tales como la educación o la salud.

Y podría seguir formulando una serie de interrogantes acerca de la manera en que su interlocutor entiende como debería organizarse la sociedad en la que vivimos y, con el conjunto de esas respuestas, necesariamente podría situar a esa persona dentro de un espectro político, que va desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Entendiendo aquello, suena aparentemente atractivo pretender escapar de ese espectro y creer que las posiciones que uno pueda tener acerca de la mejor forma de organizar una sociedad para alcanzar la mayor felicidad de sus integrantes se encuentran fuera de él. ¿Pero qué extraña y curiosa propuesta en materia económica escaparía de esos márgenes?

Puedo entender la idea de no estar sobreideologizado y de tener la capacidad de reflexionar críticamente en todo momento, en una deliberación auténtica y honesta que podría llevar, en ocasiones, a encontrarle la razón al adversario político. Pero esas concesiones y reconocimientos tienen un espacio privilegiado en el mundo de lo más estrictamente técnico. Desde el punto de vista valórico y de un ethos político, las convicciones a nivel macro acerca de cómo organizar una sociedad se mantendrán, en general, dentro del espectro político que va, como he dicho, desde la derecha extrema hasta la izquierda extrema.

Si una persona no es de derecha ni de izquierda, sencillamente pertenecerá a lo que se conoce como “centro político”, que es una versión moderada de la izquierda y de la derecha, posición tradicionalmente confusa y un tanto acomodaticia. Con todo, sigue siendo una posición política que, indudablemente forma parte de las opciones posibles dentro del espectro del que hemos hablado.

Mi reflexión apunta únicamente al significado de ser una persona de izquierda cuando ya vamos a entrar el primer cuarto del siglo XXI. Para mí se trata de una opción llena de significado y considero necesario explicarla y defenderla. Desde luego, se trata sólo de mi visión, aunque imagino que habrá otras personas que la compartan.

En primer lugar, la izquierda es, en mi concepto, ante todo una forma de aproximarse al sufrimiento de otras personas que se encuentran en desventaja económica, que sufren marginación, que no pueden acceder a salud, educación, vivienda, pensiones o trabajos dignos. No entiendo el ser de izquierda si no existe una enorme compasión y empatía con el sufrimiento de los más débiles, de los más pobres, de los menos competitivos, de los más tristes, de los más solos, de los más despreciados, de los menos valorados y de los menos queridos.

Ser de izquierda es sentir en el centro del propio ser las penas y sufrimientos de otros. Por supuesto, algunos dirán que ciertos regímenes de izquierda han sido brutales, insensibles y han tratado a los demás de manera horrorosa, violando los derechos humanos. Estoy de acuerdo en que ese tipo de regímenes, catalogados tradicionalmente como de izquierda, son despreciables. El caso más emblemático, por cierto, corresponde a la Unión Soviética estalinista, pero encontramos una serie de países en donde este tipo de izquierda, antidemocrática y que ha creído tener el derecho de suprimir la libertad de todos en aras de una igualdad asfixiante, se entronizó.

Para mí, esa izquierda intolerante, antidemocrática, violadora de los derechos humanos, conculcadora de la libertad y controladora de la intimidad, es una especie de hijo monstruoso del cual debemos renegar definitivamente. La izquierda del siglo XXI debe demostrar su compromiso irreductible con la democracia –cumpliendo todos los requisitos planteados por Robert Dahl, cuando menos–, con los derechos humanos, la libertad y la tolerancia, sacudiéndose definitivamente de las izquierdas antidemocráticas y dictatoriales que han existido y aún existen en el mundo.

El libro Conversaciones con Carlos Altamirano, de Gabriel Salazar es un notable ejemplo de lo que digo. El socialismo renovado de Altamirano, fallecido en 2019, es inspirador. Un hombre de más de 50 años en 1973, acusado de ser un extremista ideológico –creo que con mucha más injusticia de la que se cree– manifiesta, en esas conversaciones, una transformación profunda que puede servir de modelo a muchos que hoy siguen desorientados.

Su renovación no consiste en la de tantos socialistas que terminaron abrazando el modelo neoliberal y renunciaron a luchar en contra del capitalismo. Su renovación tiene que ver con mantenerse como un férreo opositor a ellos, consciente del sufrimiento y las injusticias que provocan y concretan, pero reconociendo la importancia de adherir al sistema democrático sin dudas, sin excepciones ni lagunas. Se trata de un hombre que terminó por encontrarle la razón en esto a Salvador Allende. La democracia es la única vía legítima para arribar a un socialismo humano y ético.

Soy de izquierda porque soy feminista, si se me permite el término (en realidad, soy un profundo convencido de que ningún ser humano, hombre o mujer, debe ser tratado como si fuese inferior en algún sentido), pues la mujer es una de las principales víctimas de la discriminación.

Soy de izquierda porque creo que la salud, la educación y las pensiones, por lo menos, no deben ser entregados al mercado. No puedo desarrollar esta idea aquí pero, en definitiva, al menos debe usted preguntarse algo tan simple como si una persona con dinero merece mejor educación o salud que una persona sin él. Es una pregunta simple que tiene una respuesta también simple.

Soy de izquierda porque creo en la necesidad de crear bienes comunes y colectivos para el bienestar de todos; porque no creo en el acaparamiento de los recursos naturales ni de ningún tipo de riqueza; porque creo que los trabajadores crean riqueza y en que eso debe ser reconocido con una mejor repartición de las cargas y beneficios; porque creo que sobra Friedman y nos falta Rawls; porque no me resigno a la destrucción del planeta y del medio ambiente a causa de una explotación insensata de sus recursos; porque no creo que del afán de lucro, la competencia y el egoísmo pueda surgir una sociedad decente, cariñosa y acogedora.

Culmino con estas palabras del tan incomprendido Carlos Altamirano en el libro que mencioné, que hago mías, cuando explique aquí lo que llamamos izquierda se refiere: “… al gran movimiento socio cultural que, desde la revolución francesa, se ha jugado por la libertad, la igualdad, la solidaridad y por la secularización y modernización de las costumbres. Ha sido esta izquierda en pie la que le ha dado alma, espíritu, democracia y libertad al gran mundo europeo, América e incluso nosotros, aunque en menor medida. Para mí, un mundo, sin izquierda, sería un mundo sombrío, siniestro, feudal, hipócrita, dominado por las élites…” (Conversaciones con Carlos Altamirano, de Gabriel Salazar, editorial Debate, página 400).

Nuestro Chile está dominado por las élites y el sufrimiento lo padecen millones y millones de chilenos, aunque todos nos quieran convencer de lo contrario. Una izquierda inteligente, comprometida con valores democráticos y con los derechos humanos, capaz de gestionar con eficiencia, es hoy una urgencia como siempre lo ha sido cuando se trata de mitigar las tristezas, de combatir sin descanso lo que Antonio Madrid denomina el “sufrimiento humano evitable” en su libro La política y la justicia del sufrimiento.

Soy de izquierda porque creo que podemos hacerlo mucho mejor para cuidar las sonrisas de los niños y las esperanzas de sus padres y madres. Lo que tenemos, sencillamente, ya demostró que no funciona.

Esteban Celis Vilchez
Abogado.