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Opinión

Si el silencio es el truco, prefiero los dulces

Por: Luis Felipe Revuelto | Publicado: 07.11.2023
Si el silencio es el truco, prefiero los dulces Imagen referencial | Agencia Uno
Difícilmente se pueda desconocer que la práctica del cuidado es en parte una necesidad (y a la vez un derecho, si nos ponemos jurídicos), un espacio donde se pueda transformar la ternura en cariño, el balbuceo en palabras y entregarle un ritmo a lo que en un principio son sólo ruidos.

Exactamente una semana atrás estaba disfrazado acompañando a mi hijo en la odisea de los dulces de Halloween, en esa fiesta que parece un carnaval que cada vez que termina se acompaña con la pregunta ¿y cuánto falta para Halloween del otro año? Una pregunta insistente que pocas veces se cansa a sí misma, una insistencia que tiernamente quisiera acortar el tiempo.

Y en esa misma odisea me encontré siendo mirado con unos ojos que siempre están, pero de los que no siempre me acuerdo, miradas con el ceño fruncido que siempre se acompañan de un gesto de extrañeza, esa mirada adulta que pareciera siempre mirar con desprecio a la infancia: sus ruidos, sus quejas, sus miedos e incluso sus tiempos.

Y ante esa mirada pienso que los cuidados siempre han tenido un trato mezquino, poco generoso, efecto de una degradación que se ha acrecienta con el paso acelerado del tiempo donde entregarlo siempre es un costo. Donde criar y poder acompañar, siempre siendo un privilegio por lo escaso del tiempo, se transforma en encontrarse con esos ojos que miran con desconfianza: ojos siempre molestos que parecieran amparar la calma, una calma deseosa de una infancia quieta: a-problemada, des-infantilizada e idealmente pronto adulta.

En esos ojos somnolientos, agotados y molestos donde la productividad se hizo costumbre, donde se transformó el cariño en una mercancía, el tiempo en riqueza y del cual sólo somos parte de sus desechos, desechos porque cuando estamos cuidando no producimos ni sacamos provecho sino que, lo único que nos queda, es la culpa por detenernos, encontrarnos, conocernos e intentar abrazar nuestros propios ritmos.

Difícilmente se pueda desconocer que la práctica del cuidado es en parte una necesidad (y a la vez un derecho, si nos ponemos jurídicos), un espacio donde se pueda transformar la ternura en cariño, el balbuceo en palabras y entregarle un ritmo a lo que en un principio son sólo ruidos. Siempre me acuerdo con ternura cuando las pequeñas manos de mi hijo buscan encontrar las mías sin mirarse, después de habérselas ofrecido para que las busque, pero también para que las encuentre.

Es muy mezquino cuidar, esa práctica que se siente improductivamente productiva, tan vital y degradada. Disfrazado de reptar, con el cuerpo cansado iba intentando responder todas esas preguntas que tanto agotan y de las que siempre estoy aprendiendo.

Cuando cuidamos no hay que olvidar que la infancia se trata de eso, de: ruidos, movimientos, inquietudes, gritos, rabias, frustraciones, insistencias, calmas, tristezas, preguntas, dificultades, caídas, bullicio y muchísimo más que de sólo escribirlo me cansa.

Si el silencio es el truco, prefiero los dulces.

Luis Felipe Revuelto
Psicólogo clínico.