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Opinión

La huella de la corrupción pública: ¿Cuánta traición para producir un bien?

Por: Lucio Cañete | Publicado: 21.11.2023
La huella de la corrupción pública: ¿Cuánta traición para producir un bien? Luis Hermosilla | Agencia Uno
Aunque no se pueda medir la huella de la corrupción, saber de su existencia permite comprender cómo se daña la eficiencia de los procesos productivos, incrementando el precio y deteriorando la calidad de los bienes públicos. Pero lo más importante no solo es tener conciencia de esta inadecuada destinación de recursos humanos y materiales que repercute en el bien final; sino saber que para atrás en el proceso se privó a alguien de algún beneficio merecido y se le otorgó a otro un beneficio inmerecido. Los inmerecidamente perjudicados e inmerecidamente favorecidos forman parte de la huella.

La creciente preocupación por la naturaleza ha propiciado en Chile que tanto el Estado como los privados se dediquen a cuantificar el impacto que la producción de un bien provoca en otros bienes ambientales, emergiendo así los conceptos de Huella Hídrica y Huella de Carbono; metáforas de la impronta que el ser humano deja en un ecosistema de interés al realizar determinada actividad productiva. Si el ecosistema es fuente de insumos para la actividad en cuestión, interesa cuantificar los bienes ocupados en forma de suministros para que ella se lleve a cabo. Si el ecosistema es destino de desechos, interesa cuantificar los bienes del ambiente ocupados que actúan como receptor de tales residuos.

En el caso de la palta se calcula que se requieren 600 litros de agua para producir un kilo de esta fruta. Para el vino, se calcula que para producir una botella se liberan alrededor de 2,2 kilogramos de dióxido de carbono hacia la atmósfera. En ambos casos el ambiente se lesiona pues, al menos temporalmente, a éste se le sustrae un bien (agua) y se le adiciona un mal (dióxido de carbono).

Pero la sociedad chilena no solo demanda bienes producidos por empresas agroindustriales tales como la palta y el vino, sino de otros que son proporcionados por diversos agentes económicos, entre ellos los que son entregados por organismos del Estado. Y para que esto ocurra, los ciudadanos depositan en ellos su confianza; confianza que en ocasiones es traicionada cuando los funcionarios públicos se corrompen; es decir, cuando abusan del poder conferido por el pueblo lesionando los intereses de quien les otorgó tal facultad.

Y así como un kilo de palta y un litro de vino dejan su huella en el ecosistema natural; un bien público producido de manera corrupta, aunque poco visible, también deja su huella en la sociedad chilena. ¿Cuánto fue la coima que debió pagar una empresa para adjudicarse vía licitación la construcción de un puente? ¿Cuántos profesionales quedaron fuera de carrera en el concurso para el cargo de notario donde resultó seleccionado un postulante por nepotismo?

Ciertamente calcular la huella de la corrupción es difícil porque quienes la practican se ocupan de borrar todo registro, de no dejar rastro, de deshacer cualquier prueba que evidencie la traición cometida. Pero como no existe la corrupción perfecta, en ocasiones ella es develada y así se facilita su trazabilidad; pudiendo conocer los insumos y productos que participaron en los eslabones de la cadena productiva de una manufactura o servicio público, cuantificando aquellos que fueron gestionados con cohecho, malversación de fondos, favoritismo, uso de información privilegiada, fraude al fisco u otras formas de abuso del poder otorgado por el pueblo.

En este contexto, puesto que una Ley es un bien público, podría ser interesante por ejemplo que en la etiqueta de un tarro de atún estuviera ahí indicado la cantidad de legisladores que fueron comprados por empresarios para redactar determinados artículos de una Ley de Pesca, mostrando también los montos que se pagaron para lograr tal sucio privilegio. Es decir, que la etiqueta muestre la huella que la corrupción deja en el proceso de producción del bien que se entrega a la sociedad. Es más, ideal sería que en la misma etiqueta figuren los nombres de los corruptos.

Ciertamente es una utopía que alguna manufactura o servicio informe de la corrupción que intervino en su proceso productivo, pero es un buen ejercicio mental que despierta el estado de alerta en la ciudadanía. Aunque no se pueda medir la huella de la corrupción, saber de su existencia permite comprender cómo se daña la eficiencia de los procesos productivos, incrementando el precio y deteriorando la calidad de los bienes públicos. Pero lo más importante no solo es tener conciencia de esta inadecuada destinación de recursos humanos y materiales que repercute en el bien final; sino saber que para atrás en el proceso se privó a alguien de algún beneficio merecido y se le otorgó a otro un beneficio inmerecido. Los inmerecidamente perjudicados e inmerecidamente favorecidos forman parte de la huella.

En resumen, saber de la huella de la corrupción como concepto tiene más utilidad que saber de los 600 litros de agua para la palta y de los 2,2 kilogramos de dióxido de carbono de la botella de vino: sirve para conocer cómo funciona Chile. En efecto, no se puede conocer el Chile actual si no se conoce su corrupción.

Lucio Cañete
Académico del Departamento de Tecnologías Industriales de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile.