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Opinión

Sobre cucharas y carpetas

Por: Bárbara Olivares Espinoza | Publicado: 03.01.2024
Sobre cucharas y carpetas Cuchara creada para medir la leche en 1971. Exposición Cómo diseñar una revolución. | Cedida
Para quienes nos ubicamos en el ámbito de las ciencias sociales, esta muestra, que podría ser una exposición de un campo ajeno y distante, nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de lo que hoy denominamos como inter o trans disciplina, y de las posibilidades que brinda para recuperar rutas necesarias y urgentes para que los niños y niñas dejen de ser carpetas y vuelvan a ser sujetos, promoviendo un rol estatal decidido que haga dialogar las áreas que hoy se encuentran fragmentadas y encapsuladas en saberes especializados que no impactan ni permiten imaginar otra infancia para todos los niños y niñas.

Hace unos días visité la exposición Cómo diseñar una revolución: La vía chilena al diseño, en el Centro Cultural La Moneda, bajo la curaduría de Hugo Palmarola, Eden Medina y Pedro Ignacio Alonso. Uno de los aspectos que más me sorprendió fue el protagonismo que tiene la niñez en toda la muestra.

Para quienes investigamos en ese campo, volver a mirar lo que ha ocurrido con la niñez en otros períodos de la historia del país nos devuelve nuevas preguntas y nos muestra los modos en que se ha pensado su intervención.

En mi trabajo como investigadora sobre la niñez institucionalizada en Chile he desarrollado el concepto de minorización para describir un proceso donde, a partir de la determinación de clase, se construye a un sujeto niño que es ubicado en el lugar de menor. Nombrar e intervenir el niño como menor, desde mi punto de vista, implica tratarlo como legajo, registro, prontuario, historia clínica o caso, inscribiendo marcas que lo condicionan, modelando sus deseos y expectativas.

Ese ha sido el modo en que durante las últimas décadas y a partir de la consolidación del modelo subsidiario se ha construido a niños y niñas en la política pública. El “pago por niño atendido”, corazón de la focopolítica fortalecida por la racionalidad neoliberal, ha determinado un conjunto de prácticas que han ubicado como protagonistas a actores privados que, ligados a una larga tradición de caridad y filantropía, piensan y construyen una infancia posible.

Lo que se privilegia al poner foco en la gestión eficiente de la niñez, basada en el “pago por niño atendido”, es la planilla, que se transforma en el objeto que sintetiza todos los sentidos que movilizan esfuerzos en los escenarios de intervención pública hoy. No es casual que algunas autoridades, hace algunos años, se hayan referido a los niños y niñas como stock (1), instalando una retórica comercial para comprender lo que ocurre con quienes están bajo custodia estatal. De este modo, los ejecutores de estas políticas se transforman en gerentes y los niños/as en el stock de un negocio que se perfecciona con el transcurso de los años.

Más recientemente, una jueza, que hace más de 10 años fue la encargada de investigar los primeros atisbos de la llamada “crisis del Sename”, hace un llamado a las autoridades y vehementemente dice “los niños no son carpetas”, para recordar que hay algo que necesitamos volver a sentir para reactivar voluntades en torno a la infancia pobre en Chile, que hay planillas alojadas en carpetas que no pueden reemplazar a los niños en tanto sujetos, esos que sufren y portan historias que nos corresponde escuchar, comprender y acoger.

Este escenario hace un profundo contrapunto cuando nos aproximamos a otros momentos de la historia del país, cuando el Estado se vuelca al problema de la infancia desde otro horizonte. En la exposición Como diseñar una revolución, la infancia se vuelve protagonista de un momento en el que los niños y las niñas encarnaban un esfuerzo colectivo que cohesionaba a un país.

A fines de los años 60, en Chile la desnutrición era un problema que afectaba no sólo a miles de personas directamente, sino que también al conjunto de la sociedad a través de las enfermedades que acarreaba, y a sus efectos sobre la calidad de vida de las familias. Debido a ella existía una importante tasa de mortalidad infantil: de cada mil niños nacidos vivos, 200 morían antes de un año, y quienes sobrevivían con desnutrición lo hacían con secuelas físicas y psicológicas.

Para contrarrestar esta realidad durante la campaña presidencial de 1970 el candidato de la Unidad Popular, Salvador Allende, incluyó entre sus 40 medidas la distribución de medio litro de leche para todos los niños menores de 15 años, y para aquellas mujeres que estuvieran embarazadas o en período de lactancia. Como muestra de su impacto en la mejora de la salud infantil, la evidencia indica que mientras en enero de 1971 el 60% de los menores de 2 años internados en el Hospital Roberto del Río presentaba algún grado de desnutrición, en junio, tras el inicio del programa, la cifra se redujo al 12% entre los lactantes (ver aquí, de Felipe Ramírez).

Otra característica de este programa era que desde un principio se entendió como un beneficio universal, sin realizar distinción social entre quienes podrían acceder al medio litro de leche. Acá encontramos una clave para comprender la fuerza del contrapunto, la leche era para todos, mientras que hoy las carpetas sólo recogen lo que ocurre con algunos.

Volvamos a la exposición, porque lo interesante en esta materia es que parte de este escenario lo encontramos en el muro titulado “Cómo nutrir la infancia” donde se aborda el trabajo de mejoramiento en la alimentación del “niño nuevo” durante la construcción del socialismo.

La exposición nos brinda una interesante oportunidad para observar, a través de distintas materialidades, la transversalidad e integralidad con que distintos actores a través de sus distintos saberes, construyen un proyecto de sociedad, donde los niños y niñas son la preocupación de un país.

En la UP el Estado social promovió el discurso revolucionario reforzando lo colectivo para el bienestar común. Esto conllevó al compromiso de todo un pueblo por cumplir con el proyecto socialista mediante la transferencia intelectual del mundo experto y profesional. Brigadas de salud, voluntarias de nutrición y equipos diversos se capacitaron y actuaron con los estudiantes de medicina, enfermeras, matronas, psicólogas, trabajadoras sociales, Cruz Roja y Defensa Civil. A partir de lo anterior, existió una red de apoyo de distintas áreas del saber científico para intervenir en las prácticas culturales de las familias obreras en términos de higiene, nutrición y salud (ver aquí, de Camila Neves).

Hoy los saberes expertos tecnifican una intervención que acentúa un orden individualista y selectivo de las tensiones sociales, que se traduce en la construcción de sujetos que sostienen una sociedad desigual. Es una operación de desplazamiento que convierte los problemas sociales a la base del ingreso de niños y niñas al sistema de protección, en asuntos individuales que aquejan a las personas y no a los contextos. Son precisamente las personas, en este caso, niños y niñas pobres y sus familias, quienes quedan sometidos a intervenciones psicosociales que buscan corregir el déficit detectado, desplazando la atención desde lo estructural (desigualdad y pobreza) a lo individual, donde prima el mérito y el esfuerzo como recurso para superar el problema que origina el ingreso al sistema (2).

En definitiva, la protección termina operando a través de la moralización de las desigualdades sociales que son tratadas por medio de intervenciones altamente individualizadas, donde importa que las familias se comprometan y modifiquen comportamientos que reestablezcan un orden familiar aceptable. Esto explica por qué los abordajes provenientes de la política pública están repletos de intervenciones psi (talleres de habilidades parentales, medicación de NNA, psicoterapia) y desprovistos de intervenciones sociales, como el mejoramiento habitacional o subsidios de empleo para subsanar la situación económica de la familia, que explica en gran medida el ingreso de los NNA a residencias.

Los saberes expertos hoy impiden mostrar el papel que tienen las condiciones estructurales en el origen de la crisis de la infancia, mientras que, en otros momentos, como en la UP, su rol fue precisamente fortalecer una articulación transdisciplinaria que permitiera intervenir sobre lo estructural.

Uno de los objetos que mejor sintetiza este esfuerzo mancomunado es la cuchara dosificadora de leche, que representa una interesante confluencia de saberes. Allí el diseño, la nutrición y la pediatría asumen el desafío de producir un objeto que será la punta de lanza de una campaña pública que salvará vidas. Esa cuchara se acompaña de juguetes, cunas, mobiliario, libros, manuales, elaborados gracias al conocimiento de vanguardia, cristalizando una intervención que busca mejorar las condiciones de vida de los niños y niñas del país, sin distinción.

Lo que vemos a través de todos estos objetos nos habla de una perspectiva integral para pensar e intervenir en el campo de la infancia. Para quienes nos ubicamos en el ámbito de las ciencias sociales, esta muestra, que podría ser una exposición de un campo ajeno y distante, nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de lo que hoy denominamos como inter o trans disciplina, y de las posibilidades que brinda para recuperar rutas necesarias y urgentes para que los niños y niñas dejen de ser carpetas y vuelvan a ser sujetos, promoviendo un rol estatal decidido que haga dialogar las áreas que hoy se encuentran fragmentadas y encapsuladas en saberes especializados que no impactan ni permiten imaginar otra infancia para todos los niños y niñas.

 

*Notas al pie de página

(1) Javiera Blanco, ex ministra de Justicia, señaló en 2016, al momento de comparecer por la muerte de los niños, niñas y adolescentes dentro del Sename, que “hay una diferencia entre el concepto de vigentes y atendidos, uno es flujo y el otro es stock […] Cuando yo hablo de 8 mil, o en el caso de lo que había en 2013, que teníamos 9.770, hoy tenemos 8.326 niños y adolescentes vigentes, es el stock“.

(2) Olivares, Bárbara, “Proteger y encerrar: análisis de las intervenciones dirigidas a los niñas y niños institucionalizados en Chile”. En: Pizarro, Olivares, Espinoza, Mancilla y Sir, Chile desbordado: Tensiones, resistencias y construcciones colectivas en el siglo XXI, Astrolabio Ediciones, 2023.

Bárbara Olivares Espinoza
Académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Diego Portales (UDP)