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Opinión

Desesperanza de vida

Por: Paul Le Saux | Publicado: 11.03.2024
Desesperanza de vida Imagen referencial – Contaminación | AGENCIAUNO
Para evitar la extinción de gran parte de la vida y de la humanidad, es imprescindible frenar fuertemente el metabolismo de nuestra civilización. Es decir reducir nuestra actividad y nuestro consumo al estricto necesario para sobrevivir. Difícil e impopular.

La primera forma de vida fue un tipo de molécula química capaz de reproducirse al idéntico. Para esta operación necesitaba capturar otros átomos y moléculas en su entorno, seleccionar lo que podía incluir en una copia de sí misma y expulsar de vuelta al ambiente lo que no le servía. Este esquema Recursos-Vida-Desechos sigue válido para TODAS las formas de vida.

Ciertos desechos pueden ser recursos para otras formas de vida. Por ejemplo, hasta el comienzo del siglo XIX, todo el gas carbónico producido por la vida humana era absorbido por la fotosíntesis de las plantas y del plancton. Ni la temperatura de la atmósfera, ni la acidez del océano cambiaban. El gas carbónico era un desecho de la vida humana y un recurso para las plantas: el reciclaje era natural. En cambio, el oxígeno era un desecho para las plantas y un recurso vital para nosotros y los otros animales.

A partir de los años 1800, el invento de la máquina de vapor, junto a otros avances tecnológicos, logró multiplicar progresivamente nuestra población por ocho y por varias decenas nuestro consumo de energía per cápita. El total de nuestras emisiones de gas carbónico y equivalentes creció entre 500 y 1.000 veces. Una parte de ellas se disuelve en el océano sin ser absorbida por el plancton, aumentando su acidez y afectando la vida marina. Otra parte se acumula en la atmósfera, aumentando su temperatura.

Disponiendo ahora de un enorme exceso de energía, la humanidad logra agotar recursos y saturar ambientes mucho más rápido que las otras formas de vida vegetales y animales. La intensificación de la agricultura agota los elementos nutritivos de la tierra arable, requiere petróleo para su maquinaria y gas para producir abonos sintéticos y pesticidas. Estos contaminan las napas freáticas y los ríos hasta el mar. Lo mismo sucede con los excrementos de los criaderos industriales y el metano emitido por el ganado.

Ninguna actividad humana es inocua: la producción de energía eléctrica, la fabricación de acero y de cemento, los transportes, la calefacción, necesitan combustibles fósiles. Los equipamientos de energías renovables necesitan enormes cantidades de cemento, acero y metales no renovables. Lo mismo sucede con los vehículos eléctricos.

Por ende, para evitar la extinción de gran parte de la vida y de la humanidad, es imprescindible frenar fuertemente el metabolismo de nuestra civilización. Es decir reducir nuestra actividad y nuestro consumo al estricto necesario para sobrevivir. Difícil e impopular.

Pero, sino, nuestras nietas, nuestros nietos y todas las personas menores de 40 o 50 años vivirán vidas cortas y espantosas en un mundo plagado de hambruna, epidemias y guerras.

Paul Le Saux
Ingeniero civil (jubilado) del European Southern Observatory. Docente, Universidad Abierta de Recoleta.