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Opinión

Mistral, la gran ausente en el sistema educativo chileno

Por: Violeta León | Publicado: 04.04.2024
Mistral, la gran ausente en el sistema educativo chileno Imagen referencial – Gabriela Mistral | AGENCIAUNO
El llamado a 135 años de su nacimiento, y a la espera de la declaración por parte del Congreso de un día a Mistral para cada 7 de abril, es a dotar de arte y belleza las escuelas de nuestro país, un llamado a dotar de hermosura la responsabilidad «sagrada», como la presenta Gabriela, a pesar de las grandes dificultades que viven hoy nuestras escuelas y en la que muchos docentes no ven esperanza cercana.

Hace pocos años comenzamos a conocer a otra Gabriela Mistral, una mujer alejada, presentada como una voz inocentona, pero con cara ruda, de quien se nos obligaba en las escuelas a memorizar sus rondas que poco y nada me hacían sentido en mis años de escolaridad, por allá por los 90′, en una escuela pública por el Valle de Colchagua. Nos era una mujer extraña, nos decían que amaba a los niños, que había sido profesora y que había ganado un Nobel lo que comprendíamos bien poco.

El fin de semana conversaba con un grupo de amigas profesoras sobre lo duro que es ser docente en un nuevo marzo, en un país y un mundo que pareciera ha cambiado mucho en poco tiempo, lugar en que las violencias de distintos tipos han ido naturalizándose, contexto en el que la educación no se aísla de esta realidad.

Otro marzo en el que la violencia de un sistema educativo sigue atentando cada día contra sus estudiantes y docentes de manera material, al vaciar de recursos económicos el sistema público, potenciando la educación privada, que es un negocio descarado en (casi) toda su escala.

Pero no solo la educación pública presenta carencias, de manera transversal vemos una educación pública y privada con carencia de humanismo, alejada del objetivo de educar a personas con el fin último de guiarles a ser felices en comunidad y no solo a obtener títulos para conseguir asuntos materiales individuales, que hoy pareciera ser el objetivo único de la escolaridad y los estudios superiores.

Mistral no está en nuestras escuelas, y no me refiero a la ausencia de las rondas o sus textos potentes como los Sonetos de la muerte o su Desolación, sino al llamado pedagógico a quienes educan, en el que, a través de una enseñanza basada en el amor y la ternura, puede lograrse la condición humana.

Gabriela invita a quienes educan a pensarse siempre como si fueran ellas y ellos quienes están recibiendo la lección, a ser niños otra vez, realizando clases fascinantes y encantadoras, pensándose a ellas y ellos, hoy adultos docentes, como si estuviesen en el «seco banco escolar» como describe Mistral la sala de clases de a mediados del siglo pasado que poco y nada ha cambiado. Su pensamiento llama a que cada clase sea interesante, entretenida y no farragosa o aburrida.

Comprendiendo que la docencia es más que una profesión que se aprende en la universidad y quienes hemos estado en una sala de clases como estudiantes o docentes lo sabemos. Gabriela tenía la plena convicción que para educar es necesario entregar amor y belleza a la vez, el arte al servicio de quienes educan para así «enseñar con intención de hermosura, porque la hermosura es madre«.

Gabriela con su alma niña, la que nunca dejó de lado, insta a las y los educadores a comprender que la educación es y debe ser arte, que una clase debe darse con gracia y con belleza: «Maestro, enseña con gracia, como pedía Rodó. Sin hacerte un retórico, procura dar un poco de belleza en tu lección de todos los días«. Para esto es necesario alimentarse de belleza, pues no se puede dar lo que no se tiene porque «Cultívate, para dar hay que tener mucho«.

Es muy dura y enfática al decirnos «La maestra que no lee tiene que ser mala maestra: ha rebajado su profesión al mecanismo de oficio, al no renovarse espiritualmente«. Para ella quien educa debe alimentarse «espiritualmente«, dotando a la formación integral continua ya sea formal o informal, como un eje transversal de la práctica docente.

Nuestras escuelas están faltas de tiempo entre tanto papeleo y trabajo administrativo, para tener conversaciones y prácticas en torno al amor, al cultivo del espíritu, de la belleza como parte esencial de toda clase. Mistral nos dice que «toda lección es susceptible de belleza«, gran desafío para quienes educan desde el aula en este país: «les hablaría a ustedes de cómo siento yo que la belleza es tan educadora como la lógica. Quien ha hecho clases lo sabe. Sabe que la hermosura es el aliado más leal de la virtud […] La pedagogía tiene su ápice, como toda ciencia, en la belleza perfecta. Esta la escuela, es, por sobre todo, el reino de la belleza«.

El llamado a 135 años de su nacimiento, y a la espera de la declaración por parte del Congreso de un día a Mistral para cada 7 de abril, es a dotar de arte y belleza las escuelas de nuestro país, un llamado a dotar de hermosura la responsabilidad «sagrada«, como la presenta Gabriela, a pesar de las grandes dificultades que viven hoy nuestras escuelas y en la que muchos docentes no ven esperanza cercana.

El arte en la escuela es el camino para volver a dotar de valores humanistas a nuestra sociedad desde sus primeros años: «Cabe el arte dentro de tu escuela. Si decoras con Millet tu sala de clases, alegras a tus pequeños; sienten la dulzura de la Balada de Mignon en su clase de canto. No desprecies al niño, que es toda tu vida. Harás así pedagogía augusta, no gris, no pobre, no infeliz pedagogía«.

Violeta León
Profesora Castellano y Comunicación PUCV. Máster en Promoción a la Lectura y Literatura Infantil UCLM, España