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Mi norte es el sur, con mochila y cámara por Latinoamérica

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 21.09.2018
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Es interesante observar cómo diferentes espacios etiquetados comúnmente por el mundo occidental en el que vivimos como «pobres», son realmente mucho más ricos de lo que mucha gente en la ciudad es, inclusive en los barrios altos.

El 2013 la joven realizadora audiovisual Amanda Puga viajó durante siete meses por Cuba, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. Fue testigo de un ataque de la guerrilla colombiana, la vida en medio de la Amazonía peruana, y la efervescencia social poco tiempo antes de la muerte de Hugo Chávez. Todo esto lo plasmó en correos tan largos que sus propios amigos le pidieron escribiera un blog. Cámara en mano, registró su viaje. El resultado es el libro Mi norte es el sur (Libros del Amanecer, 2018) y el documental del mismo nombre, que se estrena este lunes 24 de septiembre en el Festival de Cine de Guayaquil y del que presentamos un adelanto

Aquí, una sinopsis de la experiencia en voz de la autora:

«El libro fue una especie de casualidad. Mientras viajaba, comencé a enviarle correos a mis familiares y amigos acerca de lo que veía. De alguna manera necesitaba expresarme. Sin embargo me embalaba y mandaba unos textos enormes, dado que era muy impresionante para mí ver lo que pasaba en Cuba en ese momento, que fue donde comencé el viaje. Un día un amigo me pidió que por favor no le mandara más correos enormes y que hiciera un blog. Fue bastante chistoso, la verdad. En Cuba no tenía mucho acceso a internet por lo que era difícil eso, pero llegando a Venezuela en Enero del 2013, lo hice y fui escribiendo el viaje en un blog que aún está disponible en www.minorteeselsur.com.

Es interesante observar cómo diferentes espacios etiquetados comúnmente por el mundo occidental en el que vivimos como «pobres», son realmente mucho más ricos de lo que mucha gente en la ciudad es, inclusive en los barrios altos. De alguna manera observar y estar en medio de personas que viven en chozas en medio de espacios selváticos, donde existen peligros y amenazas naturales, climáticas, enfermedades e inclusive espacios de guerra, pero que sin embargo, la energía que propagan y el discurso que tienen es un discurso de paz y tranquilidad. En esos espacios es donde realmente se siente la felicidad de las personas. Convivir con esa gente desde un lugar totalmente simétrico, como una invitada y no como un turista, dormir en sus casa y desayunar en su mesa, es una experiencia que te cambia. Porque son personas que tienen otras formas de concebir la realidad y que impactan cuando ves que están expuestos a peligros como la guerrilla, por ejemplo. Y que además, no están exigiendo nada de nadie. Son perfectamente capaces de sobrellevar su realidad y lo único que piden es que no los molesten ni les quiten lo que es de ellos. En las ciudades, en cambio, estamos constantemente exigiendo y alegando. Acá no».

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