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Conversaciones con Federico Galende: El escándalo de una multiplicidad que estalla (segunda parte)

Por: David Bustos, escritor y guionista | Publicado: 09.02.2020
Conversaciones con Federico Galende: El escándalo de una multiplicidad que estalla (segunda parte) | @ carlos bogni
La semana pasada publicamos la primera parte de estas conversaciones entre el escritor David Bustos y el filósofo y escritor Federico Galende, a propósito de la reedición del libro de este último, Rancière, publicado recientemente por la editorial argentina Eterna Cadencia. Aquí presentamos la segunda parte.

Con Federico hemos conversado tantas veces, que este diálogo puede ser en cualquier lugar, aunque siempre caminando, quizás por los senderos y geografía costera, cerca de Tunquén, donde a la luz de un tenue cigarro revisamos en parte nuestra lecturas y discusiones estéticas. Lo que sé y de lo que estoy seguro, es que la caminata tiene el ritmo del deambular sincrónico de las ideas. Un pensamiento creativo de obsesiones lectoras, que coincide con el encuentro. Pensar en voz alta, tropezar con preguntas y seguir caminando.

-De la figura que arma Rancière del maestro ignorante, en el caso de Josepth Jacotot, se pueden extraer varias cosas interesantes. En tu libro vislumbro al menos dos principios, el de la emancipación y el de la igualdad. Dices que no se puede enseñar la igualdad, porque precisamente cuando se enseña se fomenta la desigualdad que subyace a la distancia; quizás como señalas sea lo más adecuado acercarse a la igualdad desde la misma experiencia, evitando el efecto normativo que en esta distancia subyace. Tal vez esto tenga que ver con desarmar esta idea del iluminismo. A propósito del estallido uno se puede encontrar con estos ejercicios editoriales, con varios libros que han salido que buscan precisamente explicar, fundamentar. Entonces se podría afirmar que hay una figura del intelectual que trabaja bajo estos términos, no en el sentido de Jacotot, sino bajo un orden explicador que replica una desigualdad en cuanto hay una distancia y una asimetría de alguien que supone a un otro que no sabe. Hoy vemos en las calles lo contrario, una experiencia de los desiguales, en que los cuerpos se encuentran para configurarse una y otra vez en un nuevo reparto de lo sensible. ¿Qué piensas tú respecto a la figura del intelectual y estos libros que provienen del orden explicador y cómo se relaciona con el estallido cuando vemos una señal contraria a eso: un movimiento social que carece de una articulación o ejes clásicos de izquierda o derecha?

-Estamos totalmente de acuerdo. En general no creo en la pureza de los diagnósticos, porque efectivamente forman parte del orden explicador. Si uno retoma líneas del pensamiento de la filosofía, no necesariamente ad hoc a Racière, por ejemplo la crítica de la fenomenología del espíritu que Hegel hace del alma bella. El alma bella sería lo que resta de la configuración de realidad, los gemidos y quejidos, como si ellos no fueran también configuradores de mundo. Lacan muy astutamente, lleva eso a los histéricos o las histéricas. La posición histérica sería la del que se resta en calidad de objeto de su participación como sujeto de un tipo de actividad con el otro. Entonces Lacan despliega a partir del problema de la fenomenología de Hegel, una tesis lapidaria sobre la cobardía que es inmanente a las histerias. Es decir, restarse en calidad de objeto, haciendo un diagnóstico distante respecto de aquello que el propio diagnóstico está configurando. 

Inevitablemente un diagnóstico, una constatación, es una producción de eso mismo que está diagnosticando. Un diagnóstico siempre tiene que hacerse cargo de la potencia performática que entabla respecto a las cosas. De ahí se puede pasar al caso de Jacotot, efectivamente para Rancière el orden explicador del maestro consiste en la promesa de una igualdad a título de la reproducción infinita de desigualdad. Es decir, cuando sepas todo lo que yo sé vas a ser mi igual, pero cuando seas mi igual yo voy a saber otras cosas que tú no sabes. Esto es una condición epistemológica de occidente, o sea reproducir la desigualdad. Y frente a esto hay otra manera de pensar la igualdad no ya como una promesa sino como un presupuesto. La igualdad es algo que se presupone, no es algo que se espera. No es algo de lo que podamos tener expectativas, según mi manera de leer este problema en Rancière. Esto quiere decir que que soy tu igual, y a partir de eso inicio una aventura sensible, una aventura intelectual que llevará a diferentes cosas. Trato de partir performáticamente de ese presupuesto de igualdad. Lo que hace innecesario el discurso amo y el discurso explicador. Esto se anuda a lo que vivimos ahora en Chile, el pueblo es una resta que hace valer anónimamente un presupuesto de igualdad y lo despliega performaticamente, experimentalmente. La política tiene que ver con eso ¿no? Desplegar performáticamente presupuestos igualitarios aún cuando estos presupuestos puedan no ser ciertos. Eso no me parece que sea exclusivo de las revueltas o sublevaciones. También está en el campo de la teoría. 

Una buena teoría no es una buena teoría porque pesquisa un significado y lo descifra a la luz de los cualquiera, sino que una teoría es interesante porque proyecta y pone en común cosas que generalmente no están en común. La teoría es una práctica, predice igualdades impredecibles o asociaciones impredecibles entre las cosas. Eso también está en el arte o en la literatura; donde había una comunidad entre las cosas, propone otra comunidad entre las cosas. Es lo que hace por ejemplo Duchamp, cuando pone un banqueta y arriba un triciclo, en última instancia es una nueva comunidad sensible. Es lo que hace un escritor, lo que haces tú mismo: cruzas la novedad del celular con el escritor venal de los años 60. Me estoy refiriendo a REC, es una comunidad. Es la comunidad que puede estar en los escritores de los años 60 más una serie de dispositivos y elementos, que son propios de nuestros días, y eso es una comunidad. 

-Quiero tocar otro punto. Me gustaría que hablemos de la universidad como guardiana normalizadora del conocimiento. Esto me hace recordar una entrevista que estaba viendo hace poco de Leonor Silvestri, poeta y ensayista argentina, que decidió hacer clases de filosofía en su casa. Armó su propio espacio donde pueden entrar y salir personas. También escuché alguna vez a un escritor argentino decir que solía juntarse con un amigo en un bar y hacían psicoanálisis de bar. En el fondo se reconstruye un espacio de conversación, interviniendo la idea binaria del analista y analizado, o paciente y médico. Todo esto te lo pregunto porque evidentemente en Chile hay un problema con la institucionalización del saber. Da la impresión que la universidad está impermeabilizada, o sea no permite ingresar otras prácticas del saber. ¿Cuál es tu lectura de esto como profesor y académico?

-Me acordé, mientras te escuchaba, de una vieja conferencia del año 1969, en que Foulcault definió al autor, pero lo definió de una manera muy curiosa, dijo: el autor es un dispositivo destinado a interrumpir la circulación libre de la palabra. Es decir, que es un mecanismo de subjetivación del poder. Y siempre me quedé pensando en esa manera tan tajante que tuvo Foulcault para definir los asuntos. De alguna manera la universidad empezó siendo todo lo contrario. La universidad moderna (de ahí que Kant en el conflicto de las facultades pusiera en primer lugar a la filosofía como el gran árbitro) es un espacio de interrupción de la vida productiva. Es la instalación de una comunidad reflexiva. Y por supuesto esto no duró mucho. El neoliberalismo, cuyo proyecto tuvo que ver con convertir la gestión libre de la vida en una especie de capital humano privado y singular, también fue poco a poco destruyendo este principio que configuró la universidad en su primera etapa idílica u onírica. Y fue avanzando en la especialización; una manera de herir los vínculos cotidianos que el pensamiento tiene con el espacio público y la opinión en común. A un especialista es muy difícil discutirle algo, por lo tanto las especializaciones se pueden pensar como caminos hacia la soledad, incidentes de soledad. Si uno va a escuchar a un colega que sabe todo sobre el parágrafo 40 de Ser y Tiempo y lo ha estudiado en todas las versiones en que fue traducido, lo más probable es que al escucharlo tengamos que hacer silencio y solamente internalizar lo que nos dice, porque él es el especialista. 

En cambio el libro de Rancière que escribí, describe algo muy distinto, que es la aventura intelectual o las formas de la experimentación. Es todo lo contrario de la especialización. Puede implicar eventualmente a la ficción, pero la ficción no es una no realidad. Yo diría que la ficción es un modo de disenso con la realidad predefinida que puede producir otra realidad. Como lo estamos viendo hoy en Chile, con esta aparición de revueltas y sublevaciones de las que estamos aprendiendo en este momento. Esa aparición podría tener algo de ficticio, pero al final no fue así, porque esa ficción se terminó convirtiendo en una transformación de la propia realidad con la que entablo un disenso. Ese es un problema filosófico relevante para mí. No pensar la poética, las estéticas o la literatura como una no realidad, sino que pensarlas como prácticas configuradoras de realidad que a la vez generan comunidades. 

Bueno, la universidad no tiene nada que ver con esto. Yo estoy en la universidad porque llevo 35 años ahí y soy un profesor que tiene que vivir de algo, ganarse un sueldo. A veces uno intenta, y yo sigo intentándolo, generar transformaciones, pero de repente es imposible porque hay todo un sistema comprometido ahí. Y se puede luchar contra ese sistema, pero no se puede luchar de manera exclusivamente universitaria; hay que emplear otras prácticas, como por ejemplo, la improvisación o como esto que estoy haciendo ahora: hablar mientras camino.

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