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#AllendeEnlaCultura| Los desenfrenados 1044 días que duró el sueño de la Unidad Popular

Por: Carlos Altamirano, artista visual | Publicado: 05.09.2020
#AllendeEnlaCultura| Los desenfrenados 1044 días que duró el sueño de la Unidad Popular © Jorge Brantmayer |
La instalación que monté el año pasado en la sala Matta del MNBA se llama «1044 flores, la historia de un hoyo y cuarenta relatos inconclusos». No son solo las flores. La Unidad Popular y el Golpe (civil y militar) son inseparables. El júbilo causado por la promesa de una vida mejor traía desde el origen encadenado su trágico final.

Tenía quince años cuando Allende fue elegido presidente y no podría decir con seguridad que, de haber podido, hubiera votado por él. Realmente no lo sé. Las personas a mi alrededor en ese tiempo le temían al cambio y el triunfo de la Unidad Popular las llenó de angustia, a excepción de unas pocas que se distinguían por algún rasgo de su ser que las hacía refractarias a la rutina chillaneja. Monsieur Pinó (era Pino pero se pronunciaba Pinó), mi profesor jefe, acusado de múltiples perversiones por la solapada turba estudiantil que se resistía a pronunciar el francés según sus instrucciones, era una de ellas.

Después de la elección presidencial, Monsieur Pinó se pavoneaba feliz. Ante mis ojos adolescentes, lo que parecía disfrutar más era el rechazo que provocaba su alegría entre las personas sensatas y por eso, antes que por cualquier otra cosa, celebré con él en silencio. Durante mi último año de colegio, enfundado en su terno blanco de chulo provinciano, él personificó, por primera vez para mí, aunque no lo supe hasta ahora que lo escribo, la irreductible autonomía del sujeto que resiste solo sobre la tierra que cubren sus zapatos los embates de la normalidad. En el marasmo de mi cabeza, con el paso de los años, Monsieur Pinó fue tomando la apariencia de Proust. 

© Jorge Brantmayer

Al salir del colegio me fui a Valparaíso a estudiar Arquitectura en la Universidad de Chile. Era el segundo año del gobierno popular y el entusiasmo colectivo estaba en su punto más alto. La escuela de Arquitectura estaba controlada totalmente por el FER (Frente de Estudiantes Revolucionarios). La vida ahí era distinta de todo lo que había conocido antes. Todos eran protagonistas. Una militancia casi religiosa revestía de trascendencia hasta los actos más triviales. Libertad significaba pasión por el cambio y en ese sentido, eran inflexibles. El presidente del centro de alumnos, el Chino Juantok, luego de acceder al cargo consideró innecesario realizar más elecciones y simplemente se quedó ahí, sin demasiada oposición por parte del alumnado ni de los profesores. 

Finalmente la arquitectura no me interesó y tampoco pude asumir la mística de la revolución. Dejé la universidad y me dediqué a deambular por calles y cafés de Viña del Mar, y a dibujar. Hasta que vino el Golpe y el Chino Juantok desapareció junto a muchos otros desde un barco de la Armada. 

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Me matriculé en la Escuela de Arte de la UC en Santiago. Tampoco duré mucho ahí. Mi trabajo artístico comenzó después de eso, con la dictadura. Eran tiempos de amnesia forzada y de otras urgencias. Me convertí en adulto y el breve lapso de la Unidad Popular se hizo sigiloso en mi memoria. 

La instalación que monté el año pasado en la sala Matta del MNBA se llama 1044 flores, la historia de un hoyo y cuarenta relatos inconclusos. No son solo las flores. La Unidad Popular y el Golpe (civil y militar) son inseparables. El júbilo causado por la promesa de una vida mejor traía desde el origen encadenado su trágico final. En el piso de la sala están los desenfrenados 1044 días que duró el sueño de la Unidad Popular y en los muros su desenlace. El cuerpo de la obra arriesga emparedar los ojos del visitante en ese muro a merced del fantasma, y las flores fueron retiradas por los que peregrinaron al museo rescatando con ellas el trabajo de mantener los cuerpos abiertos al estallido de luz y la voladura de sombras que, o si no, se apagarán antes de su tiempo.

Las siemprevivas son flores que van a morir, y el ciclo de su florecimiento y su regreso a la tierra debe ser observable. Los alambres de su esqueleto y las púas que sostienen su fragilidad estuvieron en el jardín ante nuestros ojos y desaparecieron como en las pérgolas en el día en que se despide a la muerte.

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No regalé las flores. Fue pasando y pasando, yo entregué algo de mí y tú me devolviste lo que te pareció justo, o lo que podías. Es verdad que tomo y doy pero no busco una equivalencia. Puesto que el ofrecimiento de la flor no aspiraba a la justa medida, sino a las ganas de agradecer y a la singularidad de un compromiso necesario pero fundado en la libre voluntad. 

© Jorge Brantmayer

El 2007 hice otra instalación en el mismo lugar que se podría ver como una primera versión de lo mismo: en los muros el continuum de la vida cotidiana signado por la tragedia y la desaparición, en el piso los restos hipertrofiados de los lentes de Salvador Allende.

Visto en perspectiva, quizá la UP me enseñó que desear algo e intentar lograrlo; aunque no resulte, puede ser suficiente para darle sentido a la vida. Nunca he vuelto a ver más felicidad sobre la tierra que en ese tiempo fugaz y fallido. Tenía quince años cuando la gesta intrascendente de Monsieur Pinó y el pueblo esperanzado eligieron a Allende como nuestro héroe trágico. Hoy tengo 65 años, desde marzo de este año, y puntualmente, todos los 24 de cada mes, o el primer día hábil siguiente, recibo en mi cuenta RUT $129.711 pesos. Es mi jubilación. Dicen que seguiré recibiéndola hasta que cumpla 110 años, ahí se acaba. Eso puede cambiar.

 

 

 

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