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“Las monstruas”: De Jean Genet al enfrentamiento entre comerciantes y estudiantes en Estación Central

Por: Rodrigo Hidalgo, escritor y periodista | Publicado: 28.03.2022
“Las monstruas”: De Jean Genet al enfrentamiento entre comerciantes y estudiantes en Estación Central |
CRÍTICA| La noche del viernes 25 de marzo fui al Teatro Mori de la Plaza Camilo Mori a ver “Las monstruas”, una obra de Jean Genet en una versión dirigida por la incombustible Jacqueline Roumeau.

Como soy peatón debí dar una vuelta larga. A las 20 hrs. la estación Baquedano estaba cerrada, a las 22hrs. ídem. Tanto al ir como al volver debí caminar hasta Bellas Artes, y lo hice siempre en una ciudad sitiada por fuerzas especiales, rodeado de policías armados que bloqueaban accesos e impedían el libre tránsito de ciudadanos a pie y en auto.

Amar y odiar al mismo tiempo

La Alameda estaba cerrada, imposible llegar a ella sin correr el riesgo de que te tomaran por un terrorista. A las 19 hrs. había una convocatoria a protestar en la Plaza Dignidad pidiendo la renuncia del director general de Carabineros, una institución hoy colmada de sujetos sin la más mínima empatía hacia el género humano, repudiados ampliamente por la población, asesinos y corruptos a quienes LasTesis dedicaran el mundialmente exitoso “un violador en tu camino”.

“Dos sirvientas aman y odian al mismo tiempo a su señora. Han denunciado al amante de esta en cartas anónimas. Al saber que van a ponerlo en libertad por falta de pruebas y que su traición será descubierta, tratan de asesinar a su señora, fracasan y quieren matarse mutuamente.” Estas palabras de Jean Paul Sartre según Wikipedia, resumen el argumento de Las criadas, la obra escrita por Jean Genet en 1947. 

La verdad es que tras la obra, el regreso a mi hogar en medio del hostigamiento policial me hizo pasar la noche pensando. En la obra, las criadas-monstruas quieren asesinar a su señora patrona. Y en la ciudad, la protesta que a mediodía había enfrentado a comerciantes callejeros armados y estudiantes, con el saldo de un escolar baleado. ¿Tienen acaso algo que ver una cosa y otra? Esa inquietud me desveló y finalmente descubrí que sí, creo que sí, totalmente. El teatro, el buen teatro, es siempre una alegoría de la realidad. Todo arte es político.

Activistas de la diversidad sexual

Jacqueline Roumeau es conocida por trabajar el teatro desde una visión social y política. Dirige obras en las que los intérpretes no son actrices y actores titulados en universidades o academias, prefiere el trabajo con personas de otro tipo de experiencias, que se han formado como sujetos sociales antes que como profesionales de las tablas y el espectáculo. Por eso ha trabajado preferentemente con reos y reas, con personas privadas de libertad, de cara a su reinserción social y a su sanación personal. Y ahora monta una versión de Las criadas de Genet, con cinco intérpretes que se presentan y definen como activistas de la diversidad sexual, individuos vulnerados por esta sociedad en la que, como dijera Lemebel, se les ha discriminado brutalmente por haber nacido con un alita rota

Las monstruas de Jean Genet

La experiencia teatral conmueve desde ahí. Desde la pasión y entrega que transpiran estos intérpretes en sus actuaciones, más allá de si al cantar son desafinados, o de si tartamudean al recitar de memoria el texto. Pero entonces alguien podría preguntar, ¿cómo es que reinterpretan a Genet? ¿Hay alguna variación o actualización del texto? ¿Las criadas o sirvientas son convertidas en asalariados o en temporeras, la señora o patrona en empresario explotador? No, nada de eso. El argumento sigue siendo el mismo. Una señora y sus criadas, el ausente amante que está preso. Entonces ¿en qué consiste la “adaptación”? ¿por qué Las monstruas? Acaso como Genet era homosexual baste el hecho de que esta obra haya sido largamente interpretada por hombres en roles femeninos. Eso es lo que las hace monstruas, el dar la cara franca y hablar desde esa diferencia, ¿qué otra vuelta de tuerca se necesita?

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Finalmente, la agresión que sufren y a la que se habitúan esas mujeres criadas, esas sirvientas, que aunque odian a su señora la admiran y aman, es la misma que sufren y a la que se habitúan los homosexuales pobres que sin otro horizonte ejercen el comercio sexual. Esa violencia hecha cotidiano, identificada hoy finalmente con el patriarcado, con la homofobia, con la xenofobia, con el machismo y el racismo, es la que defienden con armas en la mano, sin cuestionar, los carabineros y carabineras de piel morena, personas de capacidades intelectuales atrofiadas, circunscritas a la obediencia ciega; acaso es la misma que mueve a los comerciantes callejeros que no quieren protestas de estudiantes demandando justicia social. 

Karen Rojo y el teatro

No estoy seguro de qué caminos simbólicos se abren tras estas elucubraciones. Así funcionan a veces las alegorías, como las metáforas más preciosas que suelen ser misteriosas y poco evidentes. Así una escena en la que la señora, alta y elegante, déspota y a la vez sensible, se permite “envidiar” a las criadas –pues a ellas no les resultaría tan extraña ni dolorosa la experiencia de tener a un ser amado en la cárcel, en cambio a ella, una señora, ese dolor, esa humillación solo podrá hacerla descender a lo más bajo, de lo cual saldrá sin duda fortalecida y digna, convertida incluso en un mejor ser humano– me hizo pensar en la exalcaldesa Karen Rojo. Acaso por algún parecido físico también con la piel morena y los pómulos del intérprete. Pero acá ya todo suena alegórico, el porte altanero como una convicción de la que no te sacará nadie, así tengas que huir de la justicia. Como un general de ejército que se niega a declarar ante los tribunales. Como un asesino que acepta sus crímenes sin remordimiento ni pedir perdón. 

Las monstruas es así, una cruda imagen de nuestro conflicto social, del enfrentamiento siempre latente aunque ya no tanto, entre poderosos y oprimidos. Y quizá lo más doloroso sean las reflexiones que se producen entre las oprimidas, entre las hermanas sirvientas, criadas, monstruas. Preñadas al fin y al cabo de desconfianza mutua, nunca logran salir de su condición, y las promesas de cambio son solo delirios y epifanías. Los poderosos se saben crueles e injustos, y no les importa serlo. El problema sigue siendo de los oprimidos, que se reparten entre los que quieren subvertir ese orden y los que no están dispuestos a ceder a ese natural impulso, antes bien, preferirán aliarse al opresor y servirle una vez más, como un fiel perro.

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