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Crítica de teatro| “Yo no te conocí, Miguel”: Robemos un banco

Por: Rodrigo Hidalgo | Publicado: 11.01.2023
Crítica de teatro| “Yo no te conocí, Miguel”: Robemos un banco “Yo no te conocí, Miguel” de Carlos Huaico y la compañía Uróboro Teatro | Fuente: fototeatro.cl
“Yo no te conocí, Miguel” es una obra de Carlos Huaico y la compañía Uróboro Teatro, que contiene canto y danza, momentos dramáticos, humor y escenas emotivas, estructurada didácticamente en fragmentos sueltos en los que la propia compañía muestra su proceso de llevar a escena una idea: hacer una obra en torno a la figura de Miguel Enríquez, el fundador del MIR, tratando de no quedarse en el mero homenaje.

En el estreno de “Yo no te conocí, Miguel”, el pasado viernes 6 y sábado 7 de enero, se lanzó también el libro con la obra en formato impreso. Todo en el marco del festival “Resistir y avanzar” de la Fundación Miguel Enríquez, un festival con distintas obras de teatro todos los fines de semana de enero, dedicado a la actriz Ana María Puga y al actor Alejandro de la Barra, ambos militantes del MIR asesinados en 1974.

No voy solo, me acompaña un amigo más joven, JP. Le digo que conozco el lugar porque vine acá hace no tanto a la presentación de un libro: “El MIR de Miguel”, dos tomos que le valieron el premio Literario de Santiago al periodista Ignacio Vidaurrázaga, su autor. El libro y este montaje de Uróboro Teatro tienen en común la pretensión de no colaborar con “el mito”, de no ser meros homenajes, tratan de bajar a la tierra al héroe, de mostrar un Miguel humano. Por eso lo veremos hecho un manojo de nervios, con miedo, con hijos, enfrentando la muerte a los 30 años.

Tú cachai que mi padre fue del MIR, le digo a JP. Fue del MIR Pascal, aunque colaboró con compañeros y compañeras del MIR Aguiló y del MIR Gutiérrez. Pero lo ubican, en esa desordenada familia mirista, como alguien más bien del MIR Cabieses. Me estoy burlando por si acaso (no hubo un MIR Cabieses), de algo que se cuenta también en la obra, que es cómo el MIR se fue al carajo, desmembrándose en mil fracciones entre la prisión, el exilio y la mortandad de algo así como 900 compañeros y compañeras. Al salir de la función mi amigo me dirá que no sabía o no recordaba que mi padre había sido del MIR. Le explicaré, siguiendo la conversación por wsp más tarde, quienes eran Karaxú, la banda sonora de la obra.

JP encuentra que el principal mérito del trabajo teatral que nos convoca, es la hábil utilización de recursos para meternos en el juego. La rotura de la cuarta pared es natural, Huaico entra a escena como Huaico mismo, y se despacha un par de textos nada menores de entrada: “el teatro es muy burgués; el teatro no sirve para cambiar las cosas, no es revolucionario”. JP me dice que siente lograron lo que se proponían, Miguel se le hizo cercano, lo vio como cabro de familia, universitario, futuro médico. Acaso por el humor, la naturalidad con que hablan los intérpretes, por el tono relajado que te lleva a terminar cantando “nena hagamos el amor en la barricada”.

JP me dice: fíjate que centraron la atención en las relaciones afectivas de Miguel. Sus parejas, sus hijos, su papá, su amigo y camarada, Bautista van Schouwen. Yo aclaro, sitúo: Miguel encarna a una juventud que llamó a tomar las armas para cambiar el orden burgués, siendo él mismo un cuico acomodado perteneciente a la clase política. La obra lo muestra también: son veinteañeros que se salen de la juventud socialista y se ponen a asaltar bancos para preparar el camino hacia la revolución, años antes de que Allende llegue a La Moneda. Son detenidos y encarcelados, y de hecho Allende los indulta y los invita a hacer parte de su gobierno, cosa que declinan porque prefieren mantener distancia para preparar la resistencia, porque el MIR creía en el enfrentamiento, en la revolución, en la barricada.

Ese MIR que encarnó Miguel fue una generación, fue la juventud rebelde más radical de finales de los 60 y de los 70, que se jugó la vida en esos términos, políticos, existenciales, y que tiene hoy hijos y nietos como para poder entender el alcance de su legado. En la obra el diálogo inter generaciones es fundamental, y hay una escena que amerita pie de página, que el espectador deberá completar con información por su cuenta. La escena del Proyecto Hogares, residencia en Cuba para los hijos e hijas de compañeros y compañeras del MIR que se quedaron en Chile luchando contra la dictadura, siendo criados por “padres y madres” comunitarios. Al respecto, por ejemplo, hay que ver la película de Macarena Aguiló, “El edificio de los chilenos”. Ese quiebre fue también el MIR. Un quiebre entre esos padres y madres, y sus hijos e hijas. Padres y madres muertos, asesinados, desaparecidos. Niños y niñas de vidas quebradas por ese heroísmo de la juventud.

Pienso que en el estallido se produjo la mano de vuelta: el MIR era una juventud ilustrada emocionando y encendiendo a sus pares, eran los héroes conduciendo a los trabajadores y desempleados, a los marginales, impulsándolos a levantar barricadas. Y en el estallido fue al revés: los postergados se convirtieron en los héroes de trinchera tras los cuales se alineó una diversa gama de movimientos sociales y la clase política. Esa juventud, la que no conoció a Miguel, pasó a ser el referente. Los cabros Primera Línea, los SENAME. Esos jóvenes carne de cañón que también encarnan en un Gustavo Gatica, héroes a los que el ñuñoísmo frenteamplista gobernante echa mano, administrando el poder de ese símbolo como parte del juego de naipes del actual casino político. Esos jóvenes del estallido, ayer héroes, que paradójicamente ahora son de nuevo delincuentes. Pasó su gloria. El país ya se cansó del enfrentamiento, y rechazó una propuesta de constitución, porque además parece convencido de que la molotov “no es la forma”.

Por eso Huaico dice robemos un banco, sí es la forma, carajo. Porque la rabia es el motor, el resentimiento. Yo prefiero el caos a esta realidad tan charcha, Redolés lo decía hace ya rato. Una y otra vez los jóvenes le van a tirar el vaso de agua en la cara a la ministra, haciendo Música. La rebeldía de la juventud tendrá una vigencia porfiada, siempre, dando cuenta de una continuidad histórica con otros jóvenes en otros contextos. El Movimiento Juvenil Lautaro en los 90: chicos que robaban camiones de pollos para repartirlos en campamentos, una escena de hace 30 años. Encapuchados de uniforme y jumper, tomados de la mano. Hagamos el amor en la barricada.

A los jóvenes en este país y mundo se les ofrece un futuro siniestro y oscuro, deprimente, por eso se declaran adherentes del resentimiento y la rabia como motor vital, por eso quieren que arda todo, y sí es la forma, porque de lo contrario se marchitan y mueren de las formas más absurdas, se hunden en la pasta y el tusi, se entregan al delirio del consumo, narcotizados en el frenesí de la moledora de carne. Por eso aunque no conozcan a Miguel, siguen sus pasos. Porque el MIR se convirtió por su sí-es-la-formismo, en el referente para una juventud amplia, que estaba mucho más allá de las universidades donde nació, para la juventud popular, proletaria, incluso casi campesina en el Chile de esos años. Piensa le digo a JP, en los jóvenes combatientes, el MIR de la Villa Francia, los hermanos Vergara Toledo.

Mi amigo me confiesa que no tenía puta idea de quién es Miguel Enríquez. La obra, siente, lo ha deslumbrado. Ha asistido a un ritual, que incluso tiene espacio para encender una pequeña fogata de cajas de fósforo en memoria de sus muertos, como símbolo de una convicción que por el contrario no muere ni claudica.

 

 

 

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