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CRÍTICA| No perderte nunca es no vivir: Los ensayos de Rebecca Solnit

Por: Tomás Henríquez | Publicado: 12.02.2021
CRÍTICA| No perderte nunca es no vivir: Los ensayos de Rebecca Solnit |
Rebecca Solnit apuesta por una prosa sencilla, aguda, erudita pero nunca presuntuosa. Carente de ambición y por ende sorpresiva. Tanto que si de entrada no te aburre, puede volverse lúdica y hasta luminosa. Y aunque la autora se confiese confundida o desorientada —dudosa impostura que a ratos cansa—, al final poco importa. Importa la sospecha con la que trabaja.

Deberíamos hablar sobre Rebecca Solnit. La escritora y activista estadounidense es famosa, sobre todo por su ensayo Los hombres me explican cosas (2014), un verdadero bestseller feminista. Tal fue su éxito que rápidamente aparecieron nuevas traducciones al español de varios de sus textos previos. Así llegó a nosotros Una guía sobre el arte de perderse. Publicada originalmente en 2005, acaba de ser editada por el sello argentino Fiordo. Se trata de nueve ensayos en los que la autora estadounidense mezcla experiencias personales, referencias teóricas y un sinfín de notas que deambulan entre política, feminismo, filosofía, arte o medioambiente. En todos, examina cómo la experiencia de perderse —literal o metafórica— aparece entre medio de los detalles de un cuadro, en el cine, la literatura, el saber popular, frente a la contemplación de la naturaleza, o bien ante los recuerdos de infancia. 

¿Cómo emprender la búsqueda de aquello cuya naturaleza se desconoce por completo?

La autora parte con esta pregunta, atribuida al viejo filósofo presocrático Menón, para hablar de gente que se pierde, que quiere perderse, o que quizá no sabe todo lo perdido que se halla. Gente que solo desea encontrarse, o bien, que se encuentra sin siquiera intentar buscarse. Pero no solo habla de otros, también habla de sí misma. Así, busca construir su genealogía familiar, hecha de fantasmas, errancias, traumas y mitologías. De igual forma, recuerda aventuras de amor pasajero, tan ricas en intensidad como evanescencia. Amores que cuando llegan son como vendavales cuya pasión arrasa con todo, pero cuando se van no dejan más que amargura. «Hay cosas que solo poseemos si están perdidas», dice Solnit, poblando de melancolía relatos que le sirven, no solo para nutrir de sentido la propia vida, sino también para llenar el oscuro vacío de la orfandad. «A veces pienso que me hice historiadora porque no tenía historia», concluye.

Sin embargo, podría decirse que la escritura de Solnit lejos de su declaración de principios, no se pierde. Pareciera ordenarse bajo una calculada estructura de digresiones, de paréntesis, de acotaciones al margen, de constantes desviaciones en torno al supuesto objeto del que habla, para luego escaparse y rehuir deliberadamente en uno, dos o tres otros temas en apariencia inconexos o injustificados. De ahí, vuelve al origen y produce la impresión de conexión, como si cada uno de estos ensayos se formara de una sumatoria de capas coherentemente acopladas. Estrategia tan lúcida como habitual, pero que no funcionaría, o no con la suficiente eficacia sino mediante la destreza con que la autora teje sus temas y construye la sensación de que todo calza.

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Lo anterior bien podría entenderse a partir de una frase acaso menor pero que brilla en la tiniebla de un entre paréntesis («Las protagonistas en el ensayo son las ideas, que a menudo evolucionan de forma muy similar a cómo evolucionan los personajes, incluidos los descenlaces sorprendentes«). No sin cierto pudor, Solnit confiesa haber sido de joven una dramaturga de poca suerte, lo que hoy la hace sentirse desarraigada de la ficción. Incapacidad que volcó al ensayo, tal vez el mejor lugar para viajar sin saber adónde vas a llegar. Y por eso maneja las ideas, les da vida y las moldea, como si cada una tuviera personalidad propia, o estuviese ordenada por una fuerza o deseo que al mismo tiempo que la moviliza la constituye. Y en el curso de ese viaje, en el desarrollo de ese arco dramático, estas mismas ideas se alimentan de incisos, pausas o comentarios, que lejos de producir ruptura o discontinuidad, generan otra forma de sucesión argumental.

En esa ruta la autora sabe zigzaguear entre temas diversos: de la riqueza expresiva del desierto, a la imagen de ese San Francisco donde alguna vez Alfred Hitchcock filmó su célebre Vértigo. De la melancolía callejera del blues, al espejismo detrás de la fotografía que registra el famoso salto al vacío de Ives Klein. De hecho, no es casual que en varios de estos ensayos aparezca con insistencia el color azul. Color transversal a diferentes culturas, usado de distintas formas pero siempre asociado a la calma, la reflexión y la profunda sabiduría de la naturaleza.

Rebecca Solnit apuesta por una prosa sencilla, aguda, erudita pero nunca presuntuosa

Carente de ambición y por ende sorpresiva. Tanto que si de entrada no te aburre, puede volverse lúdica y hasta luminosa. Y aunque la autora se confiese confundida o desorientada —dudosa impostura que a ratos cansa—, al final poco importa. Importa la sospecha con la que trabaja. A saber, que lo peligroso no es perderse, sino renunciar a intentar buscarse. Verse privado de ese ánimo vital sin el cual somos poco más que un suspiro. Y en ese tránsito, busca aceptar (e incluso quiere, necesita) equivocarse. Una guía sobre el arte de perderse es un elogio al trayecto. Al paseo sin un claro destino. Y por eso rastrea senderos y huellas en los que intenta reconocer un poco más de sí misma. De eso trata el libro, de salir a dar una vuelta. Así lo dice su autora, no perderte nunca es no vivir.

Una guía sobre el arte de perderse 

Rebecca Solnit (Traducción de Clara Ministral)

Editorial Fiordo, 2020

192 páginas

Precio de referencia $15.000

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