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CRÍTICA| En las celebraciones siempre hay música y fantasmas

Por: Rosario Velasco Castro, periodista | Publicado: 29.10.2021
CRÍTICA| En las celebraciones siempre hay música y fantasmas |
A medida que van pasando las páginas, los misterios se hacen palpables, los relatos y las voces aumentan, pero no resulta desgastante. «Mientras dormías, cantabas» de Nayareth Pino Luna es una novela musicalizada, una narrativa dolorosa y al mismo tiempo llena de esperanza que con ritmos cebolleros nos invita a celebrar y a ver un poco más de allá de lo evidente, a entender por qué a veces los fantasmas del pasado nos persiguen.

Llevo días pegada con ‘Te propongo’, una canción de Sandro que escuché por esas casualidades de la vida en una historia de Instagram. Nunca esperé encontrarme con ella en Mientras dormías, cantabas. Quizás eso se deba a que en los últimos libros que he leído la música no ha tenido un rol tan relevante. La cumbia, esa melodía y esas letras que te hacen mover el esqueleto con una soltura increíble, se convierten en el hilo conductor de un relato a veces popular, conservador, y por sobre todo emotivo.

No es la primera vez que leo sobre la incomodidad que generan los abrazos de Año Nuevo. Mentiría si dijera algún título, diálogo o frase que pueda compararse con esta novela chilena –un acierto no solo en la narrativa, sino también en esa suerte de catarsis o emotividad que genera con tanta fluidez y cercanía–. Lo cierto es que frente a ese acto tan simple y común como lo es recordar o bailar, resulta inevitable no pensar en ese primero de enero de 2020; en cómo lo pasamos, a quiénes abrazamos, qué deseos pedimos para el 2021, y, claro, cómo aprendimos de lo terrible, como si todo lo malo fuera necesario para avanzar. 

No comparto esa idea que de todo lo malo se puede sacar algo bueno, por eso aprecio la forma en que Nayareth Pino Luna, la autora, nos presenta a esta especie de detective que necesita encontrar la verdad, lo que hubo antes del fallecimiento de su hermana, para entender finalmente que a veces las cosas son como son, que la fantasía solo habita en nuestras cabezas y en uno que otro libro. También está el anhelo por sanar, por cerrar un ciclo doloroso, por tratar de dar vuelta esa página que habla sobre la pérdida y el duelo, y que constantemente se ve materializada en los abrazos de Año Nuevo cuando hay un número impar de personas, y debes esperar a que sea tu turno de dar los buenos deseos.

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Los detalles hacen de esta novela un viaje a lo desconocido, sabemos desde un principio que la muerte es el final del camino, pero decidimos seguir leyendo, páginas tras página, verso tras verso, porque en ese Año Nuevo del 2018 las cosas se desdibujan, los fantasmas se hacen presentes y la música se convierte en el capitán de un barco que a veces se sale del mapa y conduce a historias que ya parecían cerradas. 

Esta novela debut de Nayareth Pino Luna se mueve entre el género de la narrativa no-ficción y la fantasía, presentando a la vez una radiografía de todos los personajes. Con destreza la autora, y esta narradora omnisciente que no se distingue bien si es parte de la historia o lo ve todo desde afuera, describe la situación que en el futuro, o mejor dicho presente, envuelve a la madre de Gabriel, una mujer que alguna vez fue madre, esposa, cuidadora; persona de la que ya es ajena, y de la que huyó una noche con dos maletas. 

“Hay cumbias que son tristes, que tienen un ritmo incierto, en el que no se sabe si bailar de una u otra manera, por lo que es necesario buscar señales de un compás en la letra” (p. 24). Cuando leí este párrafo pensé en el término de cumbia cebollera, esas que hacen llorar, que se dedican a quienes quieres, pero que te han roto el corazón. Este viaje por los recuerdos, por ese Año Nuevo del 2018, por los departamentos de ese block ubicado en la comuna de La Pintana, son una dedicatoria a Leonor, a su paso por la vida de quienes la miraban con cariño y afecto.

También hubo odio y desprecio de quienes la veían como una abominación por sufrir una cardiopatía que en cualquier minuto le arrebataría el aliento. Sin embargo, el recuerdo de Leonor no cobra sentido por el cariño o el repudio, llega a estas páginas por culpa, por ese sentimiento que oprimía el pecho de Marta, su sobrina o mejor dicho hermana. En esa bienvenida al 2018 tenía 24 años y pensaba en cómo los abrazos de las doce de la noche tenían espacios de espera, porque el grupo era impar, porque si bien Leonor había muerto siete años antes aún ella no se acostumbraba a la idea de su ausencia, y pensar en ello la hacía pensar en todo lo que dijo y no dijo, en lo que quería decir y calló. 

El libro está dividido en cuatro capítulos, sus títulos son frases que después se ven integradas en el discurso de los personajes. La banda sonora al final de la novela constituye un enorme aporte para el cierre de la narración, y de alguna manera hace cable a tierra al exponer ese listado de cumbias que son clásicas en las celebraciones de Año Nuevo o en los eventos familiares en las que todos los parientes visitan la casa más grande, y donde la reunión se reduce a tres cosas, comer, beber y bailar.

Es en medio de esta fiesta que los detalles salen a brillar, no solo es Marta la que recuerda los tiempos en los que todavía vivía Leonor, también lo hacen Gabriel y la profesora Natalia. La novela se configura entonces como un álbum de fotos, como esa pila de VHS que más de alguno tuvo en su casa durante los 2000. No es solo el retrato de un momento; las sensaciones, decepciones y expectativas se cruzan a lo largo y ancho de la escritura de la autora, reflexionando sobre los roles de la mujer en todo su amplio espectro, la discapacidad, el machismo, la pobreza, el miedo a la muerte, el alcoholismo, y de una forma sutil, y totalmente necesaria, la salud mental, en esto de ir y soltar, de entender que las cosas fueron y serán, de que no sirve torturarse por los muertos, o como dirían las abuelas: “que el rencor envenena el alma”.

Si hubiera que identificar cuál fue la interrogante central que funciona de hilo conductor para todos los relatos diría que la pregunta “¿antes qué había?” de Leonor es la piedra angular, y no solo en su discurso sino que también en el de otros, quienes se ven abrumados por la frase, quizás porque no se cuestionan mucho las cosas, no les interesa hacerlo o no poseen la respuesta. 

A medida que van pasando las páginas, los misterios se hacen palpables, los relatos y las voces aumentan, pero no resulta desgastante. El libro es una historia musicalizada, una narrativa dolorosa y al mismo tiempo llena de esperanza que con ritmos cebolleros nos invita a celebrar y a ver un poco más de allá de lo evidente, a entender por qué a veces los fantasmas del pasado nos persiguen.

Mientras dormías, cantabas

Nayareth Pino Luna

Los Libros de la Mujer Rota

200 páginas

Precio de referencia $13.000

Esta crítica fue producido en el Diplomado de Periodismo Cultural, Crítica y Edición de Libros del Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile
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