CRÍTICA| Juan Radrigán: El errante, el solo, el consecuente, el héroe trágico

Juan Radrigán, “el errante, el solo, el consecuente, el héroe trágico” (como lo define su hija Flavia Radrigán en el prólogo de este libro) puede ser comparado con César Vallejo. Alguien dirá que solo le conocemos dos poemarios, dos poemarios que juntos no logran más de sesenta páginas. Entonces hay quienes diremos que en sus obras de teatro está su poesía, su verdadera poesía, y que estos versos plantan la semilla de lo que vendrá después. Un corpus dramático que elevó el realismo a su máxima expresión desolada, que supo interpretar el teatro de Samuel Beckett, la profundidad de Juan Rulfo y la poesía de César Vallejo.  

Una vez le pregunté a Radrigán a qué autores admiraba y casi sin titubear, mirando el suelo como de costumbre, mencionó estos tres: Rulfo, Vallejo y Beckett. 

En esta reunión literaria conviven los poemarios El día de los muros (1975) y Poesía intranquila (1983). El clima es gris. Nos acompaña una presencia que observa la realidad y se detiene ante ella. En ‘Cuarto día’, piensa el territorio como un infierno del que está dispuesto a salir en busca del amor, “de la esposa y los hijos”. En ‘Isabel desterrada en Isabel’ se detiene ante una mujer que lo ha perdido todo.

‘La noche cierra al mundo’ habla de la violencia en las relaciones de amor romántico: “Ella grita que fue justo. / Él grita que la fuerza nunca es justa. / Y el corazón se les contrae / de violencia y terror / Ella es una bestia. / Él es un bestia.”

El hombre que camina con los muertos

Para Radrigán, que escribía entre tres y cinco horas diarias, inclusive en días festivos, encerrarse en su oficina era un acto físico que le servía para decantar aquello que ocupaba su interior, “esos cadáveres que llevamos dentro”, como él decía. En su caso, escribir era entrar al país del desahogo. En el poema ‘Desafío’, reflexiona sobre el acto de escritura: “Después de los gritos y las blasfemias / retornan a los feroces pechos / un silencio de alas limpias de la noche. / Entonces deshago mi equipaje de palabras. / De palabras que no tienen estatura de canto, / que son simplemente cosas que cuelgo en los muros / con irrevocable ternura de hermano.” 

En ‘Manuscrito leído una noche de primavera en los ojos de un hombre que ya nadie volverá a ver’, seguimos a un secuestrado político que viaja en un auto rumbo a su muerte planeada y perpetrada por agentes del Estado. Estos poemas que fueron escritos en dictadura pueden ser leídos como cantos de amor a los desaparecidos que “amaron la vida / desde las entrañas mismas de la vida, / creyeron en ellas profundamente, / limpiamente.”

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En Poesía (Pez Espiral, 2021) hay espacio para el humor, y en ellos vemos las semillas de las obras de teatro que ayudaron a la posterior consagración de Radrigán, en especial dos: el monólogo Isabel desterrada en Isabel y El toro por las astas (ambas de 1982).

No sería exagerado decir que en estos versos (ya no más olvidados), vive y reclama justicia Juan Radrigán, nacido en 1937 en la ciudad de Antofagasta. Aquel que conoció la escritura en los ojos de su madre y que decía las cosas más insólitas y duras con humor.

Pasé mucho tiempo junto a Juan Radrigán, trabajé con él como ayudante varios años y me impresionaba la atención con la que escuchaba, en especial a niños y animales. Una vez en Punta Arenas lo vi caminar junto a una jauría de perros callejeros. Ese día lo llamé así: el hombre que camina con los perros. Pero este libro parece decirnos: el hombre que camina con los muertos.