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Mía: Aventuras de una escort trans en pandemia

Por: Iván Ávila, periodista, escritor y guionista. | Publicado: 01.03.2021
Mía: Aventuras de una escort trans en pandemia |
Media tarde. Ingreso a la habitación que está ubicada en el segundo piso de una casa antigua del centro de Antofagasta. Mía vive y atiende ahí mismo. El cuarto huele bien, está decorado pulcramente, limpio y ordenado. Una esquina está habilitada para realizar videollamadas y cams privadas, con luces y soportes para teléfonos móviles. Dan ganas de tenderse en la cama de dos plazas y relajarse un rato, pero no llegué acá para disfrutar de los placeres que ella ofrece en sus promociones de internet, sino que a conocer su vida y su experiencia en pandemia.

Un metro y setenta centímetros de mujer de piel tostada, sonrisa hipnótica y cabello negro liso. Gesticula mucho y cuando habla, lo hace con el desplante caribeño que lleva en las venas. No me dice sus medidas anatómicas. Me explica que está “gordita” pues ha subido de peso desde que llegó a Chile en marzo del 2018, después de un viaje de ocho días desde Colombia, donde estaba radicada y donde se puso sus primeras tetas, pasando por Ecuador y Perú hasta llegar a Antofagasta.

Nació en un barrio pobre de Puerto Cabello en Venezuela

Confiesa que siempre se sintió mujer, nunca le gustaron los hombres y que a los 15 años ya quería aumentar sus pechos. “Siempre recuerdo lo que me decía mi mamá: pero mira por favor, dónde vives y vas a tener tetas, por el sector donde crecí que era súper humilde”, recuerda. “Mi sueño siempre fue ser una chica trans cotizada, una puta que provoque a los clientes ganas de regresar, que se queden con mi servicio, por el trato, por la experiencia que una entrega, tanto en lo presencial como en cámara”, cuenta Mía. Y no le ha ido mal. Sus nuevos senos se las pagó uno de sus clientes más leales.

Nos sentamos al borde de la cama. Mía no deja de sonreír. Su trato es respetuoso y amable. Me cuenta que fue en Colombia donde empezó a ofrecer sus servicios como modelo webcam en salas privadas. Ahí se hizo de clientela. Entre ellos, un chileno que pagó muchas horas por verla en cámara y le habló maravillas del país. Eso influyó en su decisión de migrar.

Al principio, no le fue bien en Antofagasta. Deambuló por Calama e Iquique antes de hacerse conocida y recomendada en la casa que ocupó por dos años, también en el centro de la ciudad. No le ha ido nada mal. “El promedio de clientes varía, porque a veces con uno solo se puede hacer mucho dinero. Una vez, un hombre pasó conmigo 12 horas y pagó 500 mil pesos. Fue intenso pero no porque me daba duro, sino que porque tuve que aguantarlo todo el día y eso fue fuerte para mí”.

Videollamadas en cuarentena

La pandemia cambió bastante el negocio. “Bajó harto la afluencia de clientes. Los más fieles que saben como soy yo, que no ando de casa en casa ni en reuniones, siguieron viniendo. Soy muy juiciosa y eso me ayudó a mantenerme. Eso sí, apliqué la técnica del webcam y las videollamadas”. 

Como ya tenía experiencia en eso, no le fue muy difícil asumir este formato para ofrecer sus servicios, pero al parecer no todas las trabajadoras sexuales están hechas para ese tipo de contacto. “Hay chicas que son cerradas de mente o no se atreven. No he conocido a ninguna que me diga que lo hace y le va bien. Espero conocer a alguna mujer que me diga por el frente que gana dinero con eso, hasta le propondría que hiciéramos videollamadas juntas para ver si es verdad, si tiene la misma actitud y las ganas, pero es difícil. Yo todavía sigo aprendiendo día a día de esto”, relata Mía.

De hecho, ni siquiera los clientes están preparados para el formato. “Yo les propongo a ellos que no muestren la cara. Les digo muéstreme sus genitales, juegue y haga algo con ellos, porque su cara no me sirve para excitarme y ahí los voy ayudando. Está el tema de la vergüenza, porque me dicen, es que lo tengo dormido y yo les respondo pero páreselo, vea cómo hace pero necesito verlo y ahí se solucionan las cosas. El 80% de los hombres son tímidos, no saben bien lo que quieren cuando me llaman”, remata ella.

Pero en ese 20% que está más seguro de lo quiere, hay casos que Mía recuerda entre risas: “Un cliente fue muy atrevido. Canceló chévere, hizo la videollamada y colocó el teléfono en el suelo para que yo lo viera de cuerpo completo. Eso me impresionó, porque tenía mucha personalidad, le encantaba que lo viera. Comenzó a hacer cosas que me dejaron impactada, me calentó porque hacía unas cosas que ¡guau! Y eso que era un señor obeso, pero tenía una tremenda actitud, mucho entusiasmo para mostrarse. Usó unos juguetes que me dejaron sorprendida”. 

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Ya sea de forma presencial o través de videollamadas, Mía recibe todo tipo de clientes, la mayor parte de ellos hombres, aunque también ha tenido sexo con parejas. “Vienen flaites, estudiantes, políticos, comunicadores, ingenieros, mineros y fíjate que muchos cocineros y chefs. También jefes de cuadrillas mineras, que se están atendiendo y les suena el teléfono a cada rato y resuelven sus problemas de trabajo mientras están conmigo”.

Mía quiere quedarse en en Chile. “Me gusta Antofagasta, me siento bien acá. Peleé por mis papeles y ya me llegaron. Mucha gente me apoyó en esa lucha. Aquí nunca he tenido problemas por ser trans, a lo mejor porque no soy parafernálica, pero sí me han ofendido por ser extranjera. Sin embargo, en Chile puedo disfrutar de cosas que nunca podré vivir en Venezuela”.

Nos despedimos con un fuerte abrazo. Me dice que si necesito saber más de su vida y su trabajo, llame con confianza. Eso no hace más que confirmar su absoluta honestidad y hacer más transparente esa caribeña personalidad que de seguro, tiene prendados a todos su clientes.

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