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VOCES| Maturana, la biología del amor y la matríztica

Por: Antonia Piña, filósofa feminista | Publicado: 12.05.2021
VOCES| Maturana, la biología del amor y la matríztica Maturana |
El universo conceptual inicial propuesto por Humberto Maturana y Francisco Varela, y el encuentro del primero con el descubrimiento de sociedades matrízticas del neolítico –a través de mujeres arqueólogas– y del trabajo con Ximena Dávila y la Doctora Gerda Verden-Zoller en el Instituto Matríztico, forjaron en Maturana una mirada epistemológica fundamental hacía el valor del cuidado, al poner en el centro de sus investigaciones científicas y al servicio de nuestro entendimiento social, la importancia fundacional del amor y de la cooperación como principios axiomáticos de la existencia.

En este presente distópico donde se nos vende en medios de comunicación y redes sociales el miedo al otrx y el egoísmo se apodera de nuestros espacios, intentando inscribirse como verdad fundacional de nuestros genes; la pregunta por lo humano y su relación con su entorno es fundamental.

Todo pensamiento que ose rebelarse a las lógicas internas del pensamiento patriarcal cotidiano y busque un entendimiento holístico para contemplar la hermosa red de relaciones de cooperación dada en la intimidad misma de la diversidad de todas las formas de vida; es una herramienta imprescindible de la subversión depatriarcal.

Sociedades matrízticas

El universo conceptual inicial propuesto por Humberto Maturana y Francisco Varela, y el encuentro del primero con el descubrimiento de sociedades matrízticas del neolítico –a través de mujeres arqueólogas– y del trabajo con Ximena Dávila y la Doctora Gerda Verden-Zoller en el Instituto Matríztico, forjaron en Maturana una mirada epistemológica fundamental hacía el valor del cuidado, al poner en el centro de sus investigaciones científicas y al servicio de nuestro entendimiento social, la importancia fundacional del amor y de la cooperación como principios axiomáticos de la existencia. Sin el altruismo biológico que está contenido en nuestras singulares células, la vida en este planeta no sería posible.

En el pensamiento occidental vivimos un momento difícil de digerir. Por vez primera los descubrimientos científicos –ciencias biológicas, física cuántica y neurolingüística– han encontrado la forma de dialogar y reconocer los saberes ancestrales, de pueblos que hace miles de años entendieron la íntima conexión equilibrio entre la vida humana, el ámbito espiritual energético y la naturaleza.

Estamos enfrentando una crisis ecológica aguda –sin señales de claudicar–, como consecuencia del desarrollo de un sistema socio-económico que encontró sus fundamentos en la pretensión científica moderna que desde Copérnico, Descartes y Newton postulaba que la vida era aleatoria, y desde el cosmos hasta los organismos celulares más pequeños contenían procesos mecánicos de causas y efectos independientes y separados entre sí.

La pregunta ¿quiénes somos? como excusa para explotar

Estas ideas fundan la escisión entre el hombre –blanco, burgués, varón, adulto y heterosexual–, y la naturaleza pensada como un objeto, mecánico y frío, construyendo una epistemología de la separación donde el objeto sería disociado de quien lo estudia –sin influirlo-, para finalmente relegarlo a una ontología de segundo orden.

Esto influyó en un relato donde la mirada evolutiva de las especies responde a la pregunta ¿quiénes somos? a través de la fundamentación biológica de la supervivencia del más apto o del hombre lobo del hombre; fundamentando el individualismo y el conflicto, construidas como valores para sostener la apropiación, expoliación y explotación del sistema socio-económico capitalista.

El otrx como legítimo otrx

Las tesis de Maturana en los albores de los sesenta, ponen en profunda tensión este sentido patriarcal.

La Autopoiesis permite entender el fenómeno de la vida desde cadenas de reacciones moleculares –como una red dinámica en un sistema cerrado que crea, crece y se sana constantemente–, intrínseca a todo ser vivo, con propiedades para autocrearse y sanarse a sí mismo, desde una célula hasta organismos complejos.

Este proceso depende del amor como sentimiento articulador. El autor nos dice: «… cuando hablo de amor no hablo de un sentimiento ni hablo de bondad o sugiriendo de generosidad… hablo de un fenómeno biológico, hablo de la emoción específica al dominio de acciones en las cuales los sistemas vivientes coordinan sus acciones de un modo que trae como consecuencia la aceptación mutua”.

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El amor es definido como el reconocimiento del otrx como un legítimo otrx en la convivencia –y no en la competencia–, Maturana y Varela establecen como principio explicativo de la proliferación de vida. Por ello, el altruismo habita nuestros genes y no depende de nuestra evolución cultural.

El conocimiento humano es proceso biológico donde el sistema nervioso y la autoconciencia son indisolubles. Para nuestro sistema nervioso, la percepción y el pensamiento son indiferenciables. En sus propias palabras: “…nuestras sensaciones, emociones, pensamientos no operan en el cuerpo, sino que ellas son el cuerpo, son la expresión de la dinámica estructural del sistema nervioso en su presente”.

Entre el emocionar y el lenguajear

Esto nos hace preguntarnos: si Occidente ha sustentado tesis científicas binarias en los últimos 300 años, que insisten en pensar el universo separado de lo humano y del resto de la naturaleza; los cuerpos separados de la mentes, el cerebro separado del corazón y de los procesos internos de sanación que regulan nuestro sistema inmune y las emociones supeditadas a la razón: ¿Cómo podemos volver individual y socialmente al encuentro con las formas de convivencia y de cooperación amorosa, constitutivas de nuestra propia biología?

En la búsqueda de la historia del lenguaje como espacio donde articulamos nuestras emociones a través de conversaciones que tejen nuestros marcos de referencia culturales –entre el emocionar y el lenguajear–, y donde la racionalidad es solo la coherencia en el lenguaje entre discursos y haceres, no la facultad reinante proceso cognitivo; Maturana llega finalmente a la familia ancestral de la matríztica.

En su libro Amor y juego –coescrito con Zelda Verden-Zoller– nos habla de los descubrimientos arqueológicos que encuentran –en algunos vestigios de civilizaciones del Danubio, los Balcanes y área Egea, datadas entre el 7.000 al 5.000 a. n. e.– los fundamentos para pensar una continuidad entre diversas culturas que compartieron significativamente, organizaciones sociales horizontales desde un respeto mutuo –y no la negación suspendida de la tolerancia– que mostrarían la ausencia de la dinámica emocional de la apropiación.

Equidad entre mujeres y hombres

Estas sociedades matrízticas son reconocidas por tener relaciones de equidad entre hombres y mujeres, y gestoras de prácticas de equilibrio social con la naturaleza.

Si nuestra percepción de lo real y nuestros pensamientos son biológicamente indisociables y la cultura es una red de conversaciones traspasadas transgeneracionalmente, nutriendo de sentido nuestras prácticas en el continuo del tiempo e influyendo y moldeando nuestras conciencias; el encuentro con la biología del amor y con formas no patriarcales de convivencia, que forjan lenguajeares por fuera de los marcos teóricos belicosos, individualistas, de separación y conflicto, nos abren nuevas posibilidades de entender nuestro pasado, encontrando formas y estrategias de imaginar la emancipación en nuestro presente para la construcción de un futuro sin desigualdad y violencias.

Sin duda alguna Maturana contribuyó a despejar las certezas patriarcales impuestas, para encontrar el hermoso micelio de la vida en cooperación.

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