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¿Qué te gusta ver?: Melany o el negocio del sexo virtual en Chile

Por: Iván Ávila, periodista, escritor y guionista. | Publicado: 16.03.2022
¿Qué te gusta ver?: Melany o el negocio del sexo virtual en Chile |
El mensaje que recibo de vuelta por WhatsApp es predeterminado. Viene acompañado de un link para acceder a los servicios de Melany y una foto de ella con un sugerente babydoll de encaje negro. Dice: Hola, corazón. Soy Melany y estos son mis servicios: videollamadas XXX que incluyen conversación, baile, masturbación, lo que desees.

Después, hay una lista de diferentes packs de fotos y videos con sus valores, y la descripción del chat erótico. Al final, un mensaje destacado, como para que no quede duda: no hago presenciales.

Melany tiene 22 años y es venezolana. La habitación que veo en la pantalla es pequeña y sencilla, con una manta gruesa cubriendo la ventana para oscurecer el espacio. El aro de luz está prendido y ella, piel tostada y larga cabellera negra, está en polera y short de pijama, junto a la cama de plaza y media muy ordenada. Saluda sonriendo, pregunta qué me gusta ver y luego que detallo mis preferencias, sube el volumen del reguetón que suena desde algún aparato fuera de cuadro. Comienza a bailar de modo muy sugerente, me guiña un ojo, se muerde los labios, recorre su cuerpo con sus propias manos lentamente…

Videollamadas porno

Melany abandonó Venezuela hace casi tres años. Primero pasó por Colombia y luego por Perú. Ahí trabajó en una pollería: “el sueldo era malo y había diferencias entre lo que le pagaban a los peruanos y a nosotros, los extranjeros, y eso también se notaba en las propinas que dejaban los clientes. Allá hay mucha más xenofobia que en Chile”, me cuenta.

Dos años vivió en el país del Rímac. Su estatus irregular le hizo cada vez más difícil conseguir trabajo, hasta que una amiga de su misma nacionalidad avecindada en Chile, le comentó que las cosas estaban mejor acá y decidió venirse hace seis meses. Cruzó la frontera con Bolivia, arribó a Antofagasta y luego siguió su viaje al sur.

Nunca se había dedicado al comercio sexual. “Cuando llegué acá, ya sabía que mis amigas trabajaban en la prostitución y que hacían cosas presenciales antes de la pandemia, pero con las cuarentenas y el toque de queda el negocio bajó mucho, así es que se les ocurrió hacer videollamadas con sus clientes habituales. Una de ellas me sugirió hacer lo mismo”. Así fue que se tomó fotos, inventó un nombre y colocó avisos en diferentes páginas de Chile y Perú ofreciendo sus servicios virtuales.

10 a 20 clientes diarios

Su primer cliente “fue un chico universitario”, dice Melany. “Al principio llamó solo para hablar, contarme sus problemas. Hay muchos clientes que llaman solo para eso, para desahogarse o pedir recomendaciones para cuando tienen sexo con sus parejas”.

Melany confiesa que “al principio era muy tímida, pero mis amigas me daban consejos, me decían que hiciera tal o cual cosa para excitar a los clientes”. 

En tiempos de encierro, el negocio de las videollamadas y la venta de packs era bastante lucrativo y exigía mucho trabajo de su parte. Melany confiesa que podía tener de 10 a 20 clientes diarios, solicitando videollamadas en vivo o chats eróticos, y hacer dos packs de seis videos y diez fotos a la semana, los que se comparten con las personas que van solicitando ese material genérico. No muchos vuelven a comunicarse con ella y son pocos los que recurren frecuentemente a sus servicios. Distinto es cuando hace videos personalizados, que salen más caros, y en los que debe hacer frente a la cámara lo que el cliente le solicite por algunos minutos, incluido el uso de juguetes sexuales y posiciones. Ahora que las restricciones bajaron, el negocio se ha vuelto difícil: apenas uno o dos clientes a la semana.

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Entre quienes llaman también hay mujeres, las que Melany calcula en el 5% del total de personas que atiende. Cuenta que “son más acosadoras, piden más cosas, pero al mismo tiempo entienden más, piden diferentes posiciones o juegos que los hombres. Las mujeres son mucho más sensuales en ese sentido, van más despacio”.

También hay personas que llaman desde sus lugares de trabajo, varios dejan propina, es decir que depositan en su cuenta más dinero del acordado por sus servicios o los de sus amigas, porque “nos ayudamos entre nosotras. Cuando a una le va mal, la otra le ofrece tus packs a sus clientes y así vamos compartiendo el material que tenemos”.

“Perra, tienes que complacerme”

La mayor parte de los clientes son chilenos. Melany dice que “son mucho más comprensivos y considerados, como que tienen más instalado el tema del respeto a la mujer aunque una se dedique a esto. Los peruanos, en cambio, son de mal trato aunque sea virtual. Por ejemplo, te gritan y te dicen cosas como ‘perra, tienes que complacerme, para eso estoy pagando’. Hay clientes que me han dicho que tengo un cuerpo horrible, que soy fea. Uno se encuentra con muchas personas dañadas en esto y también la dañan a una. Yo hago esto por necesidad, no me gusta mucho, pero como estoy irregular me cuesta encontrar trabajo”.

Está pensando en regresar a Venezuela y descarta de plano dedicarse al comercio sexual presencial. Dice que regresar a su país es más fácil que iniciar los trámites para quedarse en Chile y entramparse en el circuito burocrático lento y dinosaúrico que conocemos bien.

Melany sigue bailando, todo muy sensual. No les voy a entregar más detalles para no convertir este artículo en un vulgar comentario de La Estokada o una de esas cartas eróticas que salían en las revistas porno de antaño. Ahora, el negocio del sexo es muy diferente a como lo conocimos los que veíamos porno en VHS o buscábamos prostitutas en los “avisos no sometidos a clasificación” de los diarios, aunque claro está, hay cosas que nunca van a cambiar cuando de sexo se trata.

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