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HISTORIA DE VIDA| Trabajar desde los 13: Nora, una mujer resiliente

Por: Belén Ramírez, licenciada en Literatura | Publicado: 18.03.2022
HISTORIA DE VIDA| Trabajar desde los 13: Nora, una mujer resiliente |
La historia de vida de mi madre, Nora, refleja la resiliencia de una mujer que vivió en un Chile despreocupado de su bienestar y sus necesidades. La niña que tuvo que trabajar; que fue separada de sus padres o terminó casada siendo adolescente con un hombre mayor; aquella que huyó del sur a Santiago a causa del maltrato y el abandono; la que tuvo que cuidar a sus hermanos y hermanas en el campo en ausencia de los padres irresponsables o viciosos; las que sufrieron abusos de todo tipo sin que nadie fuese consciente de ello; las que fueron secuestradas y puestas a trabajar en el comercio sexual. La resistencia de todas quienes nacieron vulnerables, pero, que de algún u otro modo lograron hacer frente a las dificultades y transformarse en mujeres fuertes y capaces de todo.

Una fotografía en blanco y negro que sobrevivió al paso del tiempo, carcomida en los bordes y algo desteñida, muestra la ternura en los ojos negros y profundos de Nora. Tiene un vestido floreado, una sonrisa encantadora y el pelo corto y ondulado. Está de pie aferrándose con ambas manos a un antiguo andador. Transmite inocencia y alegría, la misma que fue truncada por las fatales condiciones de su nacimiento. Hoy a los 60 años conserva aún la profunda y tierna mirada en su rostro. Vive en Peñaflor con su pareja y tres hijas. Es una mujer fuerte y autoritaria, que impone su parecer y deseo.

Soñar con una vida feliz

Voy recopilando la información de quienes la conocen, mientras viajo en auto por el sur de regreso a Santiago desde la región de la Araucanía.

En el audio de WhatsApp se escucha su voz tranquila y pausada: «Me recuerdo muy curiosa, observadora, con buena memoria. Me gustaba jugar, pero tenía responsabilidades: ayudar a criar a mis hermanos bebés y ayudar a mi mamá. Me recuerdo triste, soñadora, sensible, me impactaba el sufrimiento ajeno, soñaba con el amor, soñaba con tener una vida feliz».

Tengo en la mente el hogar pobre, los padres alcohólicos, la casa pequeña con piso de tierra, el brasero ardiendo en el medio y la pieza donde dormían todos juntos en una única cama. Veo a mi madre subida en un piso de madera lavando platos mientras sus hermanos lloran o juegan alrededor. También recuerdo, aún impresionada, la vez que me contó que comieron caracoles asados porque tenían hambre.

Segunda mamá

Nora nació en el hospital del Salvador un 11 de enero de 1961, es la mayor de seis hermanos y vivió en la población Bélgica de la comuna de La Granja, hasta que fue separada de la familia a los 13 años. Su padre, Alfredo, la llevó a trabajar para una familia de clase media en Ñuñoa. El cometido principal era que cuidara a una mujer anciana por un tiempo, sin embargo, las semanas se hicieron meses y los meses años. Nunca volvió a su casa ni a ver a su familia hasta ya pasados los 20 años.

De camino a una cita médica en San Vicente de Tagua-Tagua, mi tía Pilar, la tercera de los hermanos, me responde cómo recuerda su relación con mi madre. Se oye su voz lejana por el bullicio de la micro. «Fue muy buena hermana, cuando chiquita me acuerdo que ella era la que hacía las cosas en la casa, nos sentíamos protegidos porque era como una segunda mamá. Bueno, mi mamá nunca estuvo, así que tengo muy buenos recuerdos de ella en ese sentido», dice.

Nora de pequeña

Nora de pequeña

Los pollitos dicen

Nora tuvo que madurar con rapidez. Al ser la mayor tomó el papel de madre en reemplazo de su madre, Elsa, que vivía sumida en el vicio del alcohol y los dejaba la mayor parte del tiempo solos. 

Desde Peñaflor, Leslie, la hija mayor de Nora, recuerda con cariño las cosquillas, que salían juntas y pasaban solas, porque su padre trabajaba durante la semana en Santiago. Dice que fue una madre muy presente y atenta. Les enseñaba y ayudaba con las tareas, aseaba la casa, mientras le daba pecho a Lia, su segunda hija, y jugaba con ella. Les cantaba canciones como, Los pollitos dicen, Caballito blanco, Los tres chanchitos y Alicia va en el coche. Las cuidaba, protegía y les ponía duras restricciones de adolescentes. 

A pesar de la depresión, su historia de vida y las dificultades económicas y afectivas en su matrimonio, mi madre nunca ha dejado de ser muy alegre, le gusta conversar, es espontánea y sincera, no teme decir lo que piensa. Siempre se ha dolido del sufrimiento ajeno y ha buscado ayudar a quien lo necesite cuando puede hacerlo. De algún lugar, ha sacado fuerzas para hacer frente a cualquier dificultad y seguir adelante, sin rendirse. 

Puertas adentro

Mi padre Iván me refresca la memoria contándome otra vez la historia del día que se conocieron. Fue a los 21 años en el Liceo Comercial A24. Después de salir de la casa en la que su padre la había dejado, Nora entró a trabajar puertas adentro y se cambió en la escuela de la jornada diurna a la vespertina en la que estaba Iván. Él siempre cuenta que cuando la vio lo primero que pensó fue en casarse con ella porque era hermosa y tranquila. 

Nora es muy blanca, de mejillas rosadas, de ojos algo achinados color café claro, siempre ha llevado el pelo corto, negro y ondulado; es una mujer tierna. A mi padre le llamó mucho la atención su espíritu servicial y la madurez que tenía para su edad. Leslie, asegura que era muy hermosa cuando joven, de figura esbelta y contorneada: «Cuando joven era bonita mi mamá, tenía la media figura. Yo me acuerdo que hasta se maquillaba y pintaba las uñas, cosa que después ya no hizo«.

Nora joven

Nora joven

La risa de Nora es contagiosa, cuando ríe lo hace a carcajadas. Leslie recuerda poco a poco más cosas. ¿Hay algo que admires especialmente de ella?, le pregunto. «El aguante que tiene mi mamá, oye, eso sí que es admirable. No sé si admirable o contraproducente, pero aguanta. Tiene harto aguante. Bueno, y la capacidad para hacer rendir la plata. Yo me acuerdo cuando chica que ella se angustiaba por el tema porque no había plata». 

Leslie recibió una enseñanza autoritaria donde los golpes siempre estaban presentes, los mismos que sufrió Nora en su infancia. «Pero mi mamá no nos sacaba la ñoña, por decir así, sino que nos daba un golpe nomás. Un tirón de pelo, ese tipo de cosas», explica.

Planchar camisas y ropa de familia

Los relatos de mi tía y mi madre revelan que el acontecimiento que marcó un antes y un después en su vida fue cuando la separaron de sus hermanos. Pasó de cuidarlos, ser casi una madre para ellos y ayudar a su mamá, a cuidar a una señora desconocida y encargarse de la limpieza y el orden de otra casa muy distinta a la suya. La mandaban, por ejemplo, a planchar las camisas, sábanas y ropa de la familia a cambio de poder ir al colegio y estudiar. 

La separación afectó a todos. Nora cuenta que pese al sufrimiento siempre intentó rescatar lo bueno de las circunstancias que la llevaron a ese lugar. «Cuando fui separada de mis padres y de mis hermanos sentí que salía de un mundo de oscuridad a uno diferente donde había muchas cosas que yo no conocía, como una luz que me mostró un camino. Ese camino lo encontré buscando el amor, la fe en algo que cuando encontré no lo abandoné, a pesar de muchas cosas difíciles que en el trayecto pasaban, pero no lo abandoné», dice emocionada. Al escucharla hablar se percibe en su voz el sufrimiento que, sin embargo, la fortaleció. El cambio significó un motivo para luchar e imponerse metas, y agradece a las personas que la ayudaron aunque fuera por interés.

Nora, una mujer resiliente

Con solo 13 años, Nora aceptó y recibió con mucha seguridad el cambio, cuenta Pilar. Agrega que nunca va a olvidar lo que su hermana le dijo antes de irse: «Pilar, a mi me sacan de acá, me voy de acá y mi vida va a cambiar, mi vida va a cambiar y va a cambiar para siempre».  

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Creció en la casa de Matta Oriente, se volvió una joven hermosa, inteligente y muy capaz. Aprendió lo que era lo bueno y lo malo. Había carencias de afecto en medio de esa familia que no era la suya, se sentía como una extraña aunque trataban de integrarla, pero estudió, luchó y salió adelante.

El resto de la familia, después de dejar a Nora en la casa en Ñuñoa, se mudó a Traiguén alrededor del año 1978 o 1979. Esto le afectó tanto a Pilar, que cuando cumplió 14 años, se arrancó de la casa, tomó el tren y se fue devuelta a Santiago a buscar a su hermana.

Es difícil para Pilar recordar su infancia. Suelta alguno que otro suceso y dice con tristeza: «Me está haciendo recordar cosas que me van a hacer llorar, pero voy a tratar de ser fuerte, ¿bueno? […]». Luego me confiesa cómo se sintieron cuando se llevaron a su hermana: «Nos sentimos desamparados, como que nos arrancaron algo de parte de nosotros, fue difícil».

Recuerdos de una infancia dura

En todos los relatos que he escuchado a lo largo de mi vida y los que recopilé para este perfil se dejan entrever muchos recuerdos dolorosos de una infancia dura, llena de carencias, compleja de afrontar, con abusos y hechos desafortunados. No obstante, cuando le pregunto a mi madre si tiene buenos recuerdos en su vida que atesore y que le hagan encontrar sentido a los hechos del pasado, ella va recordando y menciona varios momentos. Me dice que pese a todas las irresponsabilidades de sus padres ella tuvo en algún momento la oportunidad de sentir el cariño profundo que su papá y mamá tenían por ellos.

También menciona que fue muy feliz cuando se casó y cuando fue mamá, especialmente cada recibimiento en sus brazos de nosotras al nacer, vernos crecer, la primera vez que le dijimos mamá. Lo que más agradece que sucediera en su vida, es que cuando conoció a una familia cristiana aceptó al «señor». Se siente profundamente agradecida por cada vez que sus hijas sanaron de enfermedades. A su vez, le alegra rememorar cuando su marido le dijo por primera vez que la amaba, cuando le dedicó una canción, le escribió una carta, y la vez que le llevó flores que encontró de camino al trabajo. 

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Nora se aferró a la vida y aprovechó cada oportunidad por muy negativa que fuera. Al menos así lo ve pasados los años, y así lo ven sus seres queridos. 

Buscó el amor, a una persona que le diera sentido a su vida, que pudiera hacer cosas con ella y planear el futuro. Encontró la fe en Dios que le dio esperanza. Formó una familia, tuvo hijos y se realizó. Buscó no repetir lo que vivieron sus padres, lo que vivió cuando niña, e intentó ser una persona totalmente diferente en la familia que construyó. Todo lo que recuerda fueron motivos suficientes para continuar, impulsarse y: «Vivir la vida, vivirla», dice.

Este perfil fue producido en el Diplomado de Periodismo Cultural, Crítica y Edición de Libros del Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile
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