Douglas Tompkins: “Asistimos al fin del capitalismo: este sistema no puede subsistir si cree en el crecimiento sin fin”

Por: admingrs | Publicado: 22.07.2014
El conservacionista estadounidense analiza su relación con la derecha y la izquierda. Y advierte: lo sucedido con Hidroaysén es irrelevante si no se cambia la política energética.

Si se recuerda tu conflictiva situación en Chile durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se constata que tu relación con la política chilena ha hecho un cambio en 20 años ¿cómo lo describirías?

Naturalmente la conservación genera oposición en todo el mundo. Y en Chile, cuando llegué, había poca conservación e incluso activismo ambiental. También, en cualquier parte del mundo, cuando llega un extranjero a comprar grandes extensiones de tierra, inevitablemente generará controversias. Es algo que mucha gente en la sociedad, en la clase política y en el empresariado no comprendía, porque además no tenía experiencia al respecto. Además, hay una tendencia a desconfiar en la sociedad chilena. Yo llegué un poco ingenuo pero al cabo de los años me di cuenta de que es completamente normal. Entonces hay que hacer las cosas bien, con los vecinos, los empleados y la sociedad en general, y así ganar respeto. Y nuestra impresión es que ha así ha sido, porque hemos cumplido nuestra palabra y nuestros compromisos. De hecho, para bien o para mal, me he ido convirtiendo en una suerte de referente medioambiental en la sociedad chilena.

En las relaciones con los gobiernos, muchas veces hemos quedado atrapados por controversias, por fuego cruzado en relación a asuntos ajenos. Yo hoy estoy relajado, tratando como siempre de poner nuestros dos centavos en la medialuna de todos los temas ambientales, y a  veces sociales, buscando el modo de contribuir al bienestar de la sociedad.

La mirada sobre el territorio es inevitablemente ideológica y uno puede entender que en la derecha existan muchas resistencias frente a proyectos como los que tú impulsas ¿Cómo ha sido?

Así ha sido. Y ahora, últimamente, hemos hablado con mucha gente de derecha y no les ha gustado para nada que estemos haciendo donaciones al Estado. Esa es nuestra contradicción, porque yo, para bien o para mal, provengo de la clase empresarial que se ha sentido representada por la derecha, pero estoy haciendo cosas que a la derecha no le gustan.

¿Y en la izquierda? ¿En sus formas de ver el mundo?

Como en el caso de la derecha, hay distintas izquierdas: antiguas, modernas, progresistas, en fin. Con la caída de la Unión Soviética y el comunismo hubo un cambio en la constitución de la izquierda, pero para mí, que no me siento representado en el eje derecha-izquierda, las preguntas fundamentales son qué entendemos por progreso y qué entendemos por desarrollo. Al respecto, mi visión eco-local es distinta a la industrial-global, tiene otro tipo de valores, en relación a dos crisis principales, aunque hay otras: el cambio climático y la crisis de extinción. Yo uso esta última como una vara para medir el progreso: si estamos extinguiendo especies hay algo que anda mal en nuestro modelo económico y de desarrollo y en la epistemología que define al progreso. Hoy la visión global imperante es el crecimiento sin fin en una sociedad consumista tecno-industrial, y yo creo que estos son motores de la crisis en la que estamos todos atrapados, el 99 por ciento de la clase política y toda la clase empresarial. Esto requiere una conversación mucho más profunda, porque los supuestos de este modelo solo son confrontados hasta cierto punto. Por ejemplo, los economistas clásicos y neoliberales piensan en esto solo hasta cierto nivel.

Estamos hablando de una cosmovisión, que siempre es difícil, que requiere de un cambio paradigmático, pero que si no lo hacemos, con la profundidad de como se hizo en el Siglo de las Luces, por ejemplo, vamos a caer el abismo de la historia: la civilización tecno-industrial va a fracasar con consecuencias catastróficas.

En los últimos 15 años, los gobiernos de izquierda en América Latina han recuperado la renta o la propiedad de los recursos naturales, pero siguen atados al modelo exportador primario ¿Qué es lo que a tu juicio falla?
Si tomamos el antiguo modelo socialista, tenemos que el problema era el de los dueños de los medios de producción, pero luego nos dimos cuenta que en realidad eran las políticas las problemáticas. Porque en las fábricas socialistas o comunistas las condiciones, las rutinas y el tipo de industrialismo fue exactamente igual. Es decir, en esto no hubo grandes diferencias en Rusia, Europa y Estados Unidos. Descubrimos que capitalismo y socialismo sin un cambio de metas y sin un entendimiento pueden llegar a ser muy parecidos. Un trabajador que realiza tareas monótonas, sin significado, peligrosas o malas para la salud, marcando tarjeta al entrar y al salir, tiene la misma experiencia vital en cualquiera de los dos modelos. Y es porque el análisis llega solo hasta cierto nivel y no sigue más abajo. Hay algo que no cambia y debe cambiar: la idea de que necesitamos fábricas y consumo. Ahora, estamos en un periodo posterior al fin del socialismo y camino al fin del capitalismo, porque este sistema no puede subsistir si cree en el crecimiento sin fin ¡en un planeta de recursos limitados!  Cuando a los economistas neoliberales les arrinconas con la pregunta “¿es posible crecer para siempre?” dicen “¡ah, no!” pero ¡su modelo está basado en esa idea!

A propósito de medidas poco razonables, se quería generar energía en Aysén, para llevarla a las mineras del norte ¿Cuáles son las ideas o las lógicas menos razonables del modelo chileno?

Dentro de este enorme flujo generado por un modelo económico global, a nivel nacional se habla de cómo podemos insertar la economía chilena en este sistema mundial. Es difícil desenganchar. Muchos dicen “es imposible». Yo creo que es difícil, pero no es imposible. Llegamos a donde estamos ahora a través de un camino en que nos demoramos un buen rato, pero lo hicimos. Si ahora queremos llegar a otro punto, tenemos que hacer un tránsito equivalente. Es factible, Chile tiene los recursos para ser autosuficiente y esto además significa otro tipo de sociedad: justa, alegre, satisfecha y materialmente suficiente. No se va a volver a las cuevas, que es el miedo más grande. Hay una enajenación en la idea de que no se puede volver, porque la disyuntiva es fácil: si seguimos tomando pasos adelante, llegamos al acantilado, y si caemos, vamos a morir. ¿Damos un paso adelante o nos devolvemos? La retórica actúa como bloqueo mental y no nos permite cambiar de dirección en algo obvio. El primer paso es concluir que la ruta del progreso no es lineal ni recta, porque hay una idea de que la trayectoria humana viene desde la cueva hasta las estrellas. Yo digo: hoy debemos preservar y cuidar el medioambiente. Es el planeta donde vivimos, sin él no hay economía, derechos humanos, equidad, cultura, sociedad ¡no hay nada!

Foto: Agencia Uno

Foto: Agencia Uno

La no celebración de Hidroaysén

Hubo un triunfo medioambiental muy celebrado frente a Hidroaysén ¿cómo lo evalúas tú? Porque en la Patagonia da la impresión de que se sale de un conflicto medioambiental para entrar en otro…

Todo el movimiento medioambiental debe saber que no existen los triunfos. Sólo son pequeños momentos de respiro, pero el sistema en sí está marchando de un modo implacable. Hasta que cambiemos el modelo, será así. Este movimiento quizás desestabilizó al empresariado energético, pero sabemos el poder que tienen. De repente algunos grupos relativamente chicos sorprenden al ganarle a goliats empresariales, como es Endesa en este caso. Lo que sí es cierto que es que la ciudadanía ha cambiado, se ha empoderado. Todo el mundo lo sabe, la clase política también. Eso fue un remezón.

Para que un día sea posible hablar no solamente de pequeños respiros ¿Qué es lo que deberíamos hacer con la Patagonia y el sur de Chile?

He hablado con nuestros colegas  de que no debemos hablar de victorias o triunfos. Es una falta de respeto, es irrelevante. Más importante es pensar cómo usar esto de una forma positiva para incentivar al Gobierno principalmente, para que se repiensen las políticas energéticas. Estas deben ser bastante distintas a las que tenemos hoy, menos contaminantes y que incentiven la conservación. La eficiencia energética está en primera línea y Chile está medio siglo atrasado al respecto. Las razones son claras: hay intereses instalados, con posiciones muy fuertes, difíciles de sacar. Es necesario pensar en transiciones, necesitamos otra visión. Ojalá este gobierno tome los pasos necesarios, porque aunque es imposible en un solo periodo cambiar todo el sistema energético, se puede cambiar el rumbo y dejar la senda marcada en esa dirección.  Y no es algo que vaya a desarmar la economía. Otros lugares, como California en Estados Unidos, Suecia, Alemania, Estonia, los estados bálticos, han adaptado sus matrices energéticas. No es para inventar algo totalmente nuevo, tenemos que mirar las experiencias de otros países que empezaron este proceso antes.

Respecto a la Patagonia chilena, somos claros al decir que la queremos intacta. Su belleza se traduce en una fuente de desarrollo, porque en vez de andar tendiendo cables de alta tensión que cruzan esos magníficos paisajes, podemos usar mejor esa riqueza natural en fomentar el turismo y hacer prósperas  a las ciudades y pueblos que están en la Carretera Austral. Para mí es algo de sentido común: aprovechar un recurso, en este caso la belleza del sur de Chile, y darnos a conocer al mundo resaltando a la Patagonia.

Da la impresión de que, hasta el año 2011, las luchas ambientales en Chile las daban grupos de personas conscientes, pero cuantitativamente pequeños. Ese año por primera vez vimos 80 mil personas en la Alameda levantando las banderas por una causa medioambiental. Luego vino Punta de Choros, Castilla, Hidroaysén, etc. ¿Ves un vínculo entre la masificación de las demandas ambientales y los mejores resultados?

Hay muchos analistas políticos hablando de esto. Mi perspectiva es que la campaña Patagonia Sin Represas, que empezó muchos años antes del 2011, creció poco a poco y de repente explotó. Esta expresión en la calle hizo más audaces a los estudiantes. De hecho ellos nos han dicho que empezaron a ver las manifestaciones pro medioambiente y que eso los inspiró para las movilizaciones educacionales. De cierto modo, se provocó un efecto dominó. Y hay un paralelo, porque los estudiantes también plantean una queja al sistema. En ambos casos, vamos a ver cómo actuará este gobierno.

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