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¿Qué está pasando en Brasil? Parte III: El ascenso de la ultraderecha

Por: Otávio Calegari Jorge | Publicado: 09.12.2018
¿Qué está pasando en Brasil? Parte III: El ascenso de la ultraderecha brasil |
Las trabajadoras y trabajadores brasileños estarán expuestos, en los próximos años, a duros desafíos. Está planteada la tarea de resistir a las agresiones que vendrán contra la juventud, las y los trabajadores y los sectores oprimidos. En esta lucha estará abierta la posibilidad de reorganizar las fuerzas de la clase trabajadora para superar el fracaso de los gobiernos de la “izquierda” petista, que abrieron el camino para Bolsonaro, la extrema derecha y los militares.

Este es el tercer texto de esta serie de análisis sobre la situación brasileña. En los textos anteriores busqué demostrar cómo gobernó el Partido de los Trabajadores de Lula y Dilma y porqué su proyecto empieza a desmoronarse a partir del 2013. Los problemas estructurales del país como la violencia, el racismo, la pobreza, la desigualdad social, el empleo precario y un largo etc. no surgieron en los gobiernos del PT, pero tampoco fueron solucionados por estos gobiernos. La diferencia e importancia de los gobiernos del PT se deben al hecho de que este fue un partido nacido al interior de la clase trabajadora y llevado al poder con gran apoyo popular, representando las demandas populares por profundas transformaciones. Sin entender la profundidad de la desilusión de la amplia masa trabajadora con el PT es imposible comprender el fortalecimiento de la extrema derecha y la elección de Jair Bolsonaro. El PT salió de los sindicatos, de las tomas de tierra, de las huelgas y barrios populares y pasó a administrar los negocios de la gran burguesía, enlodándose en la corrupción existente. Logró conciliar lo inconciliable por más de una década. Hasta que perdió el apoyo popular, de las clases medias y de la gran burguesía.

Antes de llegar a la elección de Bolsonaro, debemos pasar brevemente por lo que fue el gobierno del sucesor de Dilma, Michel Temer.

Temer y la agudización de la lucha de clases

Con la caída de Dilma, en agosto de 2016, asume Temer, su vice-presidente, del MDB (partido que controla el Congreso desde el fin de la dictadura). A pesar de estar involucrado en casos de corrupción, Temer es sustentado en el gobierno por la burguesía y logra implementar algunos ataques importantes a los trabajadores, como el congelamiento de los gastos públicos por 20 años y una dura reforma laboral. Los sectores medios que habían pedido la caída de Dilma no vuelven a manifestarse contra Temer, dejando evidente que su problema no era con la corrupción, sino con el gobierno petista.

Los ataques del gobierno de Temer generan una respuesta masiva de los trabajadores, que obligan a la burocracia sindical (ligada al PT y a partidos de centro/centro-derecha) a movilizarse. El 28 de abril de 2017 los trabajadores brasileños protagonizan un fuerte Paro General, el mayor en 20 años. Según las centrales sindicales, más de 40 millones de trabajadores cruzaron sus brazos.

El mes siguiente, una enorme marcha se realiza en Brasilia con la presencia de las principales centrales sindicales del país. La marcha reúne a más de 100 mil trabajadores contra las reformas laboral y previsional. La manifestación se transforma en una gran confrontación entre la Policía/Fuerza Nacional y los manifestantes, cuando aquellos intentan impedir que la manifestación llegue hasta la plaza del Congreso. El sector dirigido por PSTU y la Central Sindical y Popular Conlutas llama a los trabajadores a romper el cordón de policías. La burocracia sindical del PT y de otras organizaciones llama a sus bases a no participar del conflicto. La pelea dura varias horas, los trabajadores organizan barricadas y tiran de vuelta las bombas de gas lacrimógeno a la policía. Un ministerio es incendiado y varios trabajadores salen heridos. El gobiernode  Temer autoriza la intervención de las Fuerzas Armadas.

El Paro General de 28 de abril y la protesta de 24 de mayo exponen la fragilidad del gobierno de Temer y logran frenar la siguiente reforma del gobierno, la previsional. La burocracia sindical impide la convocatoria de otro Paro General y Temer logra mantenerse en el poder. El PT concentra sus fuerzas en desgastar al gobierno y defender a Lula (en eso tiene apoyo del PSOL y del MTST), ya en la mira de la Lava-Jato. El plan petista era desgastar al máximo el gobierno para elegir a Lula en 2018. El PT no se juega por otro Paro General, a pesar de controlar la principal central sindical del país.

El plan petista fracasa. En 2018, Lula es detenido. El PT convoca manifestaciones que logran juntar algunas decenas de miles de personas en sus principales bastiones con apoyo del PSOL, MTST y otros movimientos sociales. Las manifestaciones son insuficientes para contener la Lava-Jato. Antes de ser detenido, Lula “se refugia” en el histórico sindicato que fue la cuna del PT y de la CUT, el Sindicato de Metalúrgicos del ABC. Los metalúrgicos y metalúrgicas no lo van a defender. El PT y sus aliados logran convocar a unos pocos miles de militantes para “defenderlo”. Al final, después de algunas horas de discursos y show mediático, Lula se entrega a la policía.

La vida sigue. Las huelgas se mantienen en todo el país. La más fuerte en 2018 será la huelga de los camioneros, que dejará al gobierno de Temer nuevamente colgado de un hilo y paralizará casi todo el país. La huelga genera una fuerte discusión en la izquierda sobre su carácter y tiene amplio apoyo popular. Los camioneros (un par de grandes empresarios y miles de pequeños propietarios) paran el país por más de una semana contra el alza del precio de los combustibles. Muchos empiezan a pedir una intervención militar como solución al conflicto. Se expresan conflictos entre los grandes empresarios del transporte y los pequeños camioneros, ya que estos últimos no aceptan las propuestas del gobierno y quieren radicalizar el movimiento. La huelga también expresa un importante conflicto entre la burguesía internacional, que defiende que el petróleo sea vendido en Brasil con el mismo precio del mercado internacional (este sector de la burguesía se expresará en Pedro Parente, en ese entonces presidente de la Petrobras) y sectores de la burguesía y pequeña-burguesía brasileños, principalmente ligados al transporte del sector agrario-exportador. Los altos precios del diésel/petróleo dificultan las ganancias del agronegocio y la vida de la pequeña-burguesía camionera.

La huelga termina después de 11 días con algunos compromisos bastante moderados del gobierno de Temer. El apoyo popular a la huelga, a pesar del desabastecimiento que ella provoca, es de masas. Los trabajadores ven en los camioneros un sector poderoso y dispuesto a pelear por condiciones más dignas de trabajo, por la rebaja del precio de los transportes etc. La consecuencia del movimiento camionero es un paro nacional de petroleros en los días siguientes, que termina con la caída de Pedro Parente. El paro de petroleros es completamente desarmado por la burocracia sindical de la Federación Única de Petroleros, dirigida por el PT.

El gobierno de Temer en varios momentos estuvo a punto de caer. La política traidora de las burocracias sindicales y del PT fue fundamental para mantenerlo. En el momento de la huelga de los camioneros la política de las direcciones sindicales burocráticas fue de intentar mediar el conflicto entre gobierno y camioneros. Si se hubiera convocado a una huelga general, el gobierno tendría grandes posibilidades de caer. La política del PT y de las otras burocracias sindicales mantiene a la clase obrera en una camisa de fuerza que le impide disputar el rumbo de los acontecimientos. El carácter reaccionario surgido en el movimiento de camioneros sin duda podría haber sido combatido de manera mucho más potente con la entrada de los sectores organizados de la clase obrera a la pelea. Pero eso no se dio. Otra vez más el PT y la burocracia sindical trataron de frenar la clase trabajadora y dejar el camino abierto a la extrema derecha, que gana más espacio después de la huelga.

El fortalecimiento de la extrema-derecha

En los últimos meses la figura de Jair Bolsonaro ganó importancia en el escenario nacional. Con la prisión de Lula, Jair Bolsonaro empezó a crecer en las encuestas electorales, saliendo de 20% para más de 40% después de haber sido apuñalado en una actividad de la campaña electoral.

La extrema derecha brasileña tiene varios rostros. Bolsonaro es hoy el más conocido de ellos. Hay varios elementos que explican el fortalecimiento de sectores de extrema derecha en Brasil.

Un primer elemento es sin duda la crisis económica y social del país. Los altos niveles de desempleo, la enorme violencia en las ciudades, el caos de los servicios públicos y el fracaso de los últimos gobiernos electos en solucionar estos problemas abren espacio para salidas más radicales. La crisis de la mayor parte de las instituciones de la “democracia” también es un reflejo de la podredumbre del sistema. Los casos de corrupción, los privilegios de los políticos y jueces, todo eso lleva a un sector importante de los trabajadores a pensar que la única forma de resolver los problemas del país es con “mano dura”. El fracaso de la estrategia petista de conciliación de clases y la gran desilusión de la masa trabajadora con este partido pavimentó ese camino.

El segundo elemento importante para entender el ascenso de la extrema derecha fueron las fuertes movilizaciones de los sectores medios y ricos que empezaron en el 2015. Las grandes marchas verde-amarillo son una de las bases sociales más fuertes de Bolsonaro. Como ya dijimos en el texto anterior, un sector de esta pequeña-burguesía prefiere ver el país en las manos de los defensores de la tortura a perder sus privilegios de clase. Varios otros grupos de derecha también ganaron fuerza a partir de esas movilizaciones. Las marchas verde-amarillo fueron reforzadas con la Operación Lava-Jato y la narrativa creada por los grandes medios de comunicación en contra del PT como el principal responsable por la corrupción en el país.

Un tercer elemento fue el fortalecimiento de las iglesias evangélicas en las últimas décadas. El enraizamiento de las iglesias neo-pentecostales en todos los rincones del país se tradujo cada vez más en un fortalecimiento político de los sectores conservadores, en un aumento de su bancada en el Congreso, mayor peso en los medios de comunicación, etc. Este avance de la iglesia se dio en paralelo a un fortalecimiento de los movimientos democráticos por los derechos de las mujeres, negros y de las LGBTIs. La iglesia, rechazando el ascenso de estos movimientos, logró reforzar las costumbres y valores conservadores en un sector masivo de la clase trabajadora más pobre y en los sectores medios más conservadores. Un número mayoritario de votantes de Bolsonaro lo apoya porque él expresa la defensa de esos valores (la heterosexualidad, la religión, la familia, etc).

Hay un cuarto factor que también es fundamental para entender el fenómeno de Bolsonaro: el enorme crecimiento de la polarización social. El nivel de inestabilidad en el país y la decadencia de las principales instituciones democráticas empujó a los sectores militares a participar de forma más activa del escenario político. El gran número de huelgas y luchas radicalizadas del último periodo prendió la señal de alerta a los principales sostenedores del orden burgués, los militares. La situación de crisis económica empuja a los trabajadores a luchar por su sobrevivencia y derechos. Las burocracias sindicales se están mostrando incapaces de frenar el descontento. El principal aliado que tenía la burguesía para controlar el movimiento obrero, el PT, perdió mucho de su fuerza en los últimos años. Los militares saben que, en última instancia, ellos son los únicos que pueden frenar un próximo ascenso de masas en el país. Por eso su participación cada día es más fuerte y evidente en el escenario político. Una de las principales bases de apoyo de Bolsonaro son las Fuerzas Armadas y las policías.

El ascenso de Bolsonaro tiene que ver con todos estos elementos. La crisis económica y social, la traición del PT, el rol de la iglesia, la polarización de clases y la mayor participación de los militares en la política. Muchos de los trabajadores que votan por Bolsonaro no lo hacen porque son fascistas, pero sí porque no quieren un nuevo gobierno del PT. Creen que la única forma de solucionar los problemas del país es con mano dura, con un cambio radical… creen que es imposible que la cosa empeore aún más. Obviamente están equivocados.

Los discursos radicales de Bolsonaro y de sus seguidores más cercanos contra las mujeres, las personas LGBTIs y negros vienen generando una fuerte ola de violencia en contra de estos sectores. En las últimas semanas el miedo y la tensión involucraron a gran parte de los activistas de izquierda y populares del país. Los ataques a los sectores oprimidos y militantes de izquierda aumentaron. En las vísperas de la votación la Policía Federal hizo una ofensiva para retirar de las universidades públicas toda propaganda antifascista y contra Bolsonaro. Ya tenemos varias demostraciones de cómo será el gobierno de Bolsonaro y de los militares.

¿Ola conservadora o polarización social?

En los últimos años surgió un fuerte debate al interior de la izquierda a nivel mundial sobre si estamos frente a una ola conservadora o reaccionaria en el mundo. En América esa ola se expresaría en la elección de Trump, Macri, Piñera, en el “golpe” contra Dilma y la elección de Bolsonaro, en el avance del imperialismo en Venezuela o en Nicaragua. En otras partes del mundo tendríamos los ejemplos del gobierno de extrema derecha en Polonia o del protofascista Duterte en Filipinas.

¿La elección de Bolsonaro sería entonces un paso más en esa ola conservadora?

La idea de una ola conservadora para explicar la situación actual tiene un problema central. Si hay una ola conservadora en el mundo, ¿cómo vemos enormes movimientos de masas de trabajadores, mujeres, negros y una gran resistencia a los planes que quitan derechos en la mayor parte de los países?

Sin duda hay una ofensiva de la burguesía en nivel internacional para acabar los derechos históricos de los trabajadores. Esa ofensiva es resultado de la enorme crisis económica que explotó en 2008-2009. La necesidad que tiene la burguesía de aumentar la explotación en todos los rincones del planeta para mantener su tasa de ganancia, hace que los gobiernos intenten aprobar reformas y ataques con contenido muy similar en varios países al mismo tiempo. Un ejemplo de eso en Latinoamérica son los proyectos de reforma laboral, previsional y recortes en los presupuestos públicos, que son presentados en Argentina, Brasil, Nicaragua, Chile, Costa Rica, etc.

Esa ofensiva de la burguesía internacional y de sus representantes nacionales (los gobiernos, más o menos de derecha, más o menos de izquierda) no es aceptada sin resistencia. Por eso vemos movimientos de masas tomando las calles en distintos países – Europa, Estados Unidos, América Latina. En el Medio Oriente las manifestaciones de masas se transformaron en revoluciones a partir del 2011. Sin embargo, hasta ahora ninguna de estas revoluciones ha logrado avanzar más allá de la caída de los dictadores y algunas pequeñas conquistas democráticas. En algunos casos, como Siria o Yemen, la reacción de la burguesía internacional (y la intervención de los grupos radicales islámicos) está logrando frenar, al costo de miles de muertos y refugiados, los procesos revolucionarios.

Brasil es parte de la situación internacional. Bolsonaro es fruto de la necesidad que tiene la burguesía de controlar la situación política brasileña e implementar las duras reformas que le va a permitir seguir valorizando su capital. Estos ataques no serán aprobados de forma tranquila. Ya hay una enorme resistencia a los retrocesos que representa Bolsonaro. Seguramente en los próximos meses muchos trabajadores que votaron por Bolsonaro se darán cuenta que él no solucionará los problemas del país y, peor aún, atacará los pocos derechos que aún les quedan.

Las enormes luchas de los movimientos democráticos y de la clase trabajadora en Brasil demuestran que hay una fuerte situación de polarización social. Sin duda la elección de Bolsonaro fue una derrota para el conjunto de la clase trabajadora, para las mujeres, LGBTIs y negros. Eso no significa que estos sectores están aplastados. La resistencia se dará en todos los niveles de la sociedad. La idea de una ola reaccionaria o conservadora no nos ayuda a entender la actual situación y a tener políticas para enfrentarla.

¿Cómo enfrentar a Jair Bolsonaro?

Está planteada la tarea de resistir a los futuros de ataques del gobierno de Bolsonaro y de los militares. Los ataques vendrán por distintos lados. Serán ataques a los derechos democráticos de las mujeres, LGBTIs, negros, al derecho de organización de los trabajadores, a la autonomía de enseñanza en la educación, etc. El gobierno también atacará los derechos laborales, la previsión social, las empresas públicas y los demás servicios públicos.

La primera tarea que tenemos es unificar a los sectores democráticos y la clase trabajadora para resistir a estos ataques. Esto requerirá explicar de forma paciente a los trabajadores y trabajadoras que tienen ilusión en ese gobierno, que este no es un gobierno que beneficiará a los trabajadores y trabajadoras. Es un gobierno más (y más violento) que gobernará al país para los grandes empresarios y banqueros. No podemos pensar que todos los trabajadores que votaron por Bolsonaro son fascistas. Tenemos que disputar su consciencia, porque ellos son millones.

Está planteada la tarea de construir un frente único de todas las organizaciones y luchadores que estén dispuestos a defender las libertades democráticas y los derechos de los trabajadores. Esa resistencia tendrá que ser también con autodefensa, ya que la violencia de este gobierno y sus seguidores será mayor que en los gobiernos anteriores.

Este frente único, sin embargo, no puede significar no hacer un duro balance sobre la responsabilidad del PT y de otras organizaciones en el ascenso de la extrema derecha y de Bolsonaro. Esta lucha defensiva debe ser acompañada de la construcción de una alternativa política, que no tenga ninguna ilusión de que es posible cambiar el país sin romper con la burguesía, su Estado y sus representantes. Eso significa construir un proyecto de transformación social que pase directamente por las manos de las y los trabajadores organizados, lo que no hizo el PT. Hoy en Brasil hay varios sectores que se dicen revolucionarios y critican al Partido de los Trabajadores. Son sectores de izquierda dentro del PSOL, movimientos populares, el PSTU y otras organizaciones más pequeñas. El fracaso del gobierno del PT en Brasil y de los gobiernos de centroizquierda en Latinoamérica nos coloca frente a la necesidad de discutir una estrategia revolucionaria para Brasil y Latinoamérica.

El ascenso de Bolsonaro en Brasil también nos plantea muchas discusiones sobre cual es la estrategia de la clase trabajadora, de los movimientos democráticos y de la izquierda en Chile. No alcanzamos a desarrollar ese tema en este artículo, pero lo haremos en uno próximo.

Notas:

Greve Geral 28 de abril: < https://exame.abril.com.br/brasil/greve-geral-reune-40-milhoes-de-trabalhadores-dizem-sindicatos/ >

Marcha 24 de Mayo “Ocupa Brasilia”: < https://www.youtube.com/watch?v=m4tfGX4d31o >

“Ocupa Brasilia” < https://noticias.uol.com.br/politica/ultimas-noticias/2017/05/24/temer-autoriza-o-uso-das-forcas-armadas-em-brasilia-ate-dia-31-entenda.htm >

 Huelga de los camioneros: < https://www.bbc.com/portuguese/brasil-44302137  >

Lula en el sindicato de los metalúrgicos: < https://g1.globo.com/sp/sao-paulo/noticia/lula-passa-a-madrugada-na-sede-do-sindicato-do-abc-apos-ordem-de-prisao.ghtml >

Otávio Calegari Jorge