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«La mirada incendiada»: La crudeza y el horror que no se pueden narrar

Por: Rodrigo Miranda | Publicado: 12.04.2021
«La mirada incendiada»: La crudeza y el horror que no se pueden narrar La mirada incendiada | Imagen: Twitter @lmipelicula
La escena de la película de Tatiana Gaviola, donde Rodrigo Rojas de Negri y Carmen Gloria Quintana son quemados vivos por Carabineros, ese fatídico 2 de julio de 1986, es inenarrable en su crudeza y horror. Sin embargo, el contexto y los acontecimientos que precedieron a este emblemático caso de violación a los derechos humanos ocurrido en dictadura, son elementos que la realizadora consideró para llevar a la pantalla esta historia que por estos días parece no tan lejana al convulso país en que habitamos en pleno 2021.

«La mirada incendiada» es una película (Tatiana Gaviola) que arranca en un gris Santiago de 1986. La represión es la regla para evitar cualquier posibilidad de revuelta en un país donde los chilenos viven asfixiados y con miedo de las patrullas que peinan las poblaciones a lumazos, con allanamientos y detenciones ilegales.

En los tierrales de los sitios eriazos de las zonas populares no hay árboles ni parques, las calles lucen  «pavimentadas» por desempleados buscado trabajo en el PEM (Programa de Empleo Mínimo) y el POJH (Programa de Ocupación para Jefes de Hogar), en un país donde no hay acceso a las tentaciones del incipiente libre mercado de los Chicago Boys. En la vía pública, además, hay panfletos botados en el suelo llamando a la protesta, a los que se suman carteles y rayados opositores a la dictadura en las murallas.

Cualquier comentario político es pronunciado en voz baja por los vecinos. Puede resultar sospechoso para los sapos del barrio. Ciegos, sordos y mudos. Cualquier acto de rebeldía frente a las atrocidades produce pavor y se reprime. Estábamos silenciados por el miedo y el hambre, atontados por la televisión como medio de control y evasión.

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Recién llegado de EE.UU., tras un largo exilio de diez años, Rodrigo Rojas de Negri, a cargo del inspirado actor Juan Carlos Maldonado, se instala en este Santiago militarizado donde la impunidad imperante y las brutalidades de la dictadura lo violentan y lo indignan.

En esta ciudad es recibido por su tía, interpretada con solvencia por Catalina Saavedra, y sus dos pequeñas sobrinas, encarnadas por las entrañables Estrella Ortiz y Pascal Balart. En la casa en la que habitan conoce los apagones, la realidad de estar colgado a la luz, secar la ropa en la estufa a parafina en invierno, los panfletos, la bebida Free y el sonido siempre de fondo de Radio Cooperativa.

Es ahí donde surge la voz de Carmen Gloria Quintana, representada por la actriz Constanza Sepúlveda, quien comparte recuerdos y reflexiones como narradora de la historia, decisión que juntos a otras licencias propias de la ficción, molestó a la madre de Rodrigo Rojas, Verónica de Negri, quien manifestó su dolor y rabia al considerar que la producción ignoró la visión de su familia. De hecho Verónica, quien en esa época vivía en EEUU, no aparece como personaje en la trama.

A los pocos días de su retorno, Rodrigo visita la dependencias de Revista Apsi. Desde su primera salida como fotógrafo, llama la atención por sacarle inmortalizar la acción de carabineros, de frente y sin miedo. Su vocación de retratar con su cámara las atroces violaciones a los Derechos Humanos en dictadura, le costaría la vida. Y de hecho el trabajo audiovisual de Gaviola, presagia la cercanía de la muerte con distintas citas previas sobre el fuego y las llamas.

Quemados vivos

Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana tienen en común el hecho trágico que los une, una adversidad que el guión aprovecha para enlazar sus vidas como dos líneas paralelas que se cruzan cuando se encuentran por primera vez en un caceroleo callejero, existencias que se distancian con el terrorífico final que conocemos. La escena donde son quemados vivos por Carabineros, ese fatídico 2 de julio de 1986, es inenarrable en su crudeza y horror.

Su directora hace gala de su talento visual a la hora de viajar al pasado y parece cómoda sumergida en los años 80′ que vivió en carne propia. A su vez, el guión del dramaturgo Pablo Paredes destaca por sus inspirados y poéticos textos, voz en off de Quintana.

Como suele ocurrir en momentos de calma antes de la debacle, la trama se dedica a narrar la generosidad de Rodrigo y los vínculos que crea en su corta estadía en Chile, con una vecina opositora a Pinochet que organiza a los vecinos en las protestas (María Izquierdo), una combativa fotógrafa de la revista Apsi (Cristina Aburto), que lo guía en sus primeras coberturas de manifestaciones políticas, el dueño de un local de fotos carnet (Gonzalo Robles) y con Carmen Gloria y su hermana (Belén Herrera).

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A pesar que carece de dinamismo en el ritmo del relato y la ambientación de época parece a ratos como de cartón recién pintado, la película transmite el poderoso espíritu contestatario de jóvenes como Rodrigo Rojas que se opusieron a la violencia de la dictadura, contribuyeron a acabar con el miedo y estimularon la rebeldía.

El poder militar y sus estrategias de dominación se contraponen a los cuerpos quemados de Rodrigo y Carmen Gloria, quienes intentaron desobedecer y transgredir en un Chile que no lo permitía. Ante el imperativo de la postdictadura y del neoliberalismo de despolitizar el cuerpo social, «La mirada incendiada» resulta desafiante por el ejercicio de memoria y de reflexión sobre el momento actual que propone. Ya no queman a los jóvenes, ahora les quitan los ojos.

 

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